Se ha organizado un buen revuelo en los medios de comunicación con el descubrimiento, por parte de dos equipos de científicos norteamericanos, de un material que hace que la luz esquive objetos tridimensionales, haciéndolos totalmente invisibles. Este nuevo material, creado mediante nanoingeniería, no absorbe ni refleja la luz y, por tanto, el objeto se vuelve invisible y podemos ver lo que hay detrás de él.
Los resultados se han publicado en las dos revistas de ciencia más prestigiosas del mundo: “Science” y “Nature”. No es una cuestión menor que la investigación esté pagada e impulsada por el Pentágono. A nadie se le escapan todas las posibilidades que se abren –muchas de ellas, cuando menos, inquietantes- si esto va adelante.
Pero al margen de que esta investigación suponga un paso importante y sorprendente, en realidad esto de la invisibilidad ha existido siempre: lo que no queremos ver, no lo vemos. Sin ir más lejos, este verano se ahogaban dos niñas gitanas en una playa napolitana, y mientras sus cuerpos yacían en la arena, el resto de turistas tomaba plácidamente el sol y comía a pocos metros, como si los cuerpos de las niñas fueran invisibles para ellos.
No solamente somos insensibles e indiferentes a muchos problemas que tenemos alrededor, sino que muchas personas y situaciones nos resultan invisibles. Por supuesto, son invisibles los que están lejos (tantos niños explotados en el mundo o los muertos que llegan en cayucos), pero son los invisibles cercanos los que más me llaman la atención: muchos ancianos, los indigentes, a veces sencillamente los que tienen problemas, las víctimas de los malos tratos (hasta que las matan). Es terriblemente invisible la prostitución.
No vemos muchas desigualdades y abusos; no es que no las conozcamos, es que no las queremos ver. La mejor forma de no complicarse la vida es no querer saber nada de algo, y, ¡zas!, se vuelve invisible. En nuestra sociedad sólo existe lo que se ve. Por eso, para que deje de existir lo que no nos gusta o nos molesta, es suficiente con hacer como que no lo vemos.
Vivimos en la sociedad de la imagen. Damos más importancia que nunca a lo visual, todo nos entra por los ojos. Y lo que no vemos, no lo creemos. Ya sólo falta que podamos hacerlo invisible del todo. Por eso hay que tener los ojos más abiertos que nunca, y verlo todo bien. Cuanto más visible esté todo, mejor.
La capacidad para ocultar cualquier cosa, que ahora se presenta como una revolución científica, pudiera traer peligrosas consecuencias, ya que no siempre los descubrimientos científicos se han puesto al servicio de las buenas causas. En un mundo como el actual, tan miope ante tanta miseria y tantas injusticias, lo que nos faltaba es acabar haciéndolas “invisibles”.