La vida que llevamos habitualmente, en el día a día, y las nuevas formas de aprovechar el tiempo de ocio, hacen que nos cueste acostumbrarnos al lento tiempo de las vacaciones. Incluso hay algunos, como mi santo, que no logran acostumbrarse. Vaya, no se trata de no hacer nada, sino de cambiar esa vida saturada de información y de estímulos que llevamos durante todo el año, por una vida más lenta, más sencilla, con más tiempos de descanso.
Y es que es, precisamente, cuando estás de vacaciones en la playa, mientras estás sentada en tu hamaca leyendo “
Entre estos otros vigilantes de la playa, que no pagan sus impuestos, está el que va ofreciendo tatuajes de Henna por un módico precio; el que instala una camilla bajo una minicarpa y ofrece masajes curalotodo con el riesgo de que te provoque una contractura y te amargue el resto de las vacaciones: lo mismo te ofrecen un masaje de espalda que de pies –hay una pareja de orientales que va dejando una tarjeta, sin móvil ni nada, sólo para anunciarse, la dejan caer sobre la toalla y, como casi todo el mundo la deja tirada, mi santo las recoge todas de la arena antes de irse-; los más numerosos son los que van vendiendo relojes, gafas de sol, pareos y vestidos playeros –estos son casi todos subsaharianos-, y no sé cómo se camuflarán en la playa cuando aparezca la policía porque van vestidos y cargados hasta los topes con el género.
Otro gremio son los que, por la voluntad, hacen esculturas de arena, en realidad dejan hecha una gran escultura al comienzo del verano, y así rentabilizan una obra que riegan y retocan un poco cada día. También recorren de un lado a otro la playa los profesionales del abalorio, que venden todo tipo de colgantes y pulseras hechas artesanalmente por ellos mismos.
En Logroño no es tan habitual ni frecuente este catálogo de tipos trashumantes (únicamente en fiestas, cuando extienden sus tenderetes), sobre todo van a la costa y al buen tiempo. Barcelona y Valencia, dos ciudades en las que he estado estos días, están también plagadas de ellos: personas sin rumbo fijo y sin domicilio, que se las ingenian como pueden para salir adelante, en un permanente ir y venir de un lado para otro, quizá como las olas, que cada día se van buscando la vida.
