
Una de las peores cosas de la crisis económica de nuestro país es que parece que no se puede hablar de otra cosa que no sea La Crisis. El tijeretazo anunciado la semana pasada por el Gobierno ha sido como un tsunami emocional, un tsunami de desasosiego, de preocupación, de desconfianza y, lo que es peor, de incertidumbre y de inseguridad. Incluso quienes no están en paro, ni son pensionistas, ni funcionarios, ni tienen pensado tener un hijo, están también preocupados y con un sentimiento de miedo ante el futuro. La sensación de incertidumbre colectiva lo impregna todo.
Pero además de La Crisis, hay “otras crisis” instaladas en nuestra sociedad. Sufrimos también una crisis de valores: en España hay una podredumbre moral, que se puede ver en aspectos tan diferentes como la corrupción política o que se pueda abortar, al margen de los padres, con 16 años. O en la economía sumergida, cada vez mayor, eso sí que es explotación de los trabajadores y miseria moral. Para hacerse una idea de la crisis de valores, no hay más que asomarse a alguno de los programas del corazón con que nos castigan las teles.
Y, para crisis, la de nuestro sistema educativo: somos el país de la Unión Europea con la mayor tasa de fracaso escolar (el 30 por ciento no acaba ni la ESO, frente a una media del 12 en el resto; el 34 por ciento no acaba el Bachillerato, también frente a una media del 12 fuera de España), con unos profesores quemados, a los que no se reconoce la autoridad y, a partir de ahora, peor pagados.
La crisis de autoestima que cruje a este país se refleja en las aulas universitarias. Una muestra de esta falta de empuje y de coraje para salir adelante es una reciente encuesta realizada entre los estudiantes de la Universidad de La Rioja. Resulta que la mayor parte quieren ser funcionarios. ¿Qué futuro nos espera si quienes tienen que tirar del carro dentro de unos pocos años lo que quieren es ser funcionarios? ¿Dónde están los emprendedores? Este país necesita emprendedores y necesita jóvenes que crean en sí mismos y que confíen en que pueden salir adelante sin dejarlo todo en manos de papá Estado.
Aunque ninguna de estas otras crisis es comparable con la crisis del sistema judicial: la justicia en nuestro país es más lenta que el caballo del malo, no cuenta con los medios suficientes y, encima, o está politizada o es zarandeada desde fuera por los partidos políticos.
Desde luego, si no salimos de esta depresión colectiva, y en tantos casos desmoralización individual, no resolveremos esta situación. Ni Merkel ni Obama van a llamar para decirnos lo que tenemos que hacer en estos casos. Depende de nosotros, sólo de nosotros, identificarlas y querer superarlas. Ésta y las otras crisis.