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Mayte Ciriza

Que quede entre nosotros

Balconing

Este verano nos hemos enterado de que una de las muchas competiciones estúpidas que hacemos los humanos es la de meternos en una sauna a ver quién aguanta más tiempo con más calor. Ha sido noticia esta absurda competición porque uno de los “finalistas” ha muerto en el intento –un ruso, a 110 grados-. Cosas de éstas hay muchas: a ver quién aguanta más bailando (hay una película al respecto, “Danzad, danzad malditos” de Sidney Pollack), quién come más hamburguesas o quién aguanta más tiempo sumergido en hielo… Estas competiciones absurdas demuestran que la idiotez humana no tiene límites.

Pero quien piense que ya lo ha visto todo y que nada le puede sorprender, se equivoca. Este verano, uno de los “deportes” de moda es el “balconing”: saltar de un balcón a otro o precipitarse a la piscina desde el balcón del hotel o del apartamento, mientras los amigos, también borrachos, lo graban con el móvil y cuelgan la hazaña en Youtube. Una “hazaña” que lleva este verano nueve jóvenes turistas muertos en Baleares y más de treinta heridos graves, algunos paralíticos de por vida.

Detrás de cada una de estas cifras, duras y frías, hay siempre dramas familiares. Veintitantos años de preocupaciones, de desvelos, de noches sin dormir cuando son pequeños, por la dichosa fiebre, de noches sin dormir cuando son adolescentes esperando a que vuelvan o porque hay que ir a por ellos, tantas horas haciendo los deberes con ellos, tantas cosas vividas, para que se vayan de vacaciones a Mallorca con unos amigos, y en una noche de alcohol, sin dormir, jueguen a saltar de un balcón a otro y se maten. ¡Una auténtica desgracia!

En un estudio que se ha llevado a cabo entre 7.000 jóvenes turistas alemanes e ingleses en España, más del 50 por ciento escogieron el lugar de vacaciones por la vida nocturna del lugar, y el 95 por ciento, nada más y nada menos, declararon haber consumido alcohol durante las vacaciones, de los que un 35 por ciento reconocía haberse emborrachado.

El “balconero” típico es un turista joven, generalmente británico, que viene una semana a España, a emborracharse a diario. La mezcla explosiva de alcohol, noche, y a veces drogas, acaba en esa locura macabra. Turismo de alcohol en un país como el nuestro en el que, al margen de esto, cada vez son más los jóvenes españoles que beben, cada vez empiezan antes a beber y cada vez es más fácil para los menores de 18 años conseguir bebidas alcohólicas, mientras no es que miremos hacia otro lado, es que, a menudo, tenemos una mirada de justificación, lo que todavía es peor.

Por eso, urge que se lleven a cabo campañas de sensibilización para alertar sobre los peligros del consumo de alcohol, del peligro de las noches en vela empapadas en alcohol, para romper la idea de que ocio y vacaciones son sinónimos de beber y de descontrol, para no tener que acabar la juerga en urgencias con el cuello roto después de precipitarse al vacío. Esto no sólo es una locura sino un aviso del grado de insensatez al que puede llegar el comportamiento humano y es obligado alzar la voz de denuncia, de alerta, para que la sociedad no se precipite por ese abismo que se abre detrás de prácticas como el “balconing”.



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Por Mayte CIRIZA

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agosto 2010
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