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Mayte Ciriza

Que quede entre nosotros

El subidón de los 46

Siempre me ha gustado cumplir años y nunca he ocultado mi edad, porque soy de las que piensa que cada año va a ser mejor que el anterior, que cualquier tiempo pasado fue peor y que lo mejor siempre está por llegar. Hay quienes ocultan su fecha de nacimiento, como si la edad fuera una losa que cae sobre ellos, incluso como si se avergonzasen de los años cumplidos. Los hay que incluso se quitan años. Vivimos en una sociedad que sobrevalora la juventud, y es fantástico ser joven, pero no envidio la juventud, porque la vida, desde luego, no acaba a los 40.

En general las mujeres llevan peor esto de la edad, y ese a una mujer no se le pregunta la edad es un residuo machista, como si la valía y el atractivo de una mujer estuviera en función de su juventud. Las propias mujeres caen en esta trampa y creen que tienen que tener siempre la cara perfecta o el tipo ideal. Una cosa es querer tener una buena imagen y otra obsesionarse con ello; una cosa es querer llevar bien los 45 y otra querer aparentar 30, de esa forma acabamos viendo auténticos esperpentos. Como leía hace unas semanas en una entrevista, una mujer solo empieza a ser bella a partir de los 30 años.

Precisamente de las ventajas de la madurez se ha hecho eco la revista The Economist en uno de sus números de diciembre pasado, que ha sido especialmente citado y comentado en todo el mundo. Y no trataba de estrategias geopolíticas, ni de previsiones de futuro en la economía mundial, sino sobre la felicidad: La alegría de envejecer.

El artículo menciona diversos estudios en los que se confirma que el repunte anímico empieza a partir de los 46, la llamada teoría de la vida en U, según la cual la vida no es un declive, sino que hay un momento ascendente a partir de una cierta edad, cuando se alcanza la plenitud a través de la serenidad mental y de la sabiduría emocional que te dan los años, la madurez que supone lo vivido.

Mientras eres joven vas siempre persiguiendo un reloj: las cargas familiares, los niños pequeños, las hipotecas o la preocupación por asentar una posición personal y profesional. Hay un momento en la vida en que ya has superado todo eso, casi no te das cuenta de que ha llegado, y está entre los 40 y los 50 años, y es entonces cuando empiezas a ver las cosas de otra manera, cuando la línea vital que iba para abajo comienza a ascender.

Al leer el reportaje me daba cuenta de que, es verdad, cada vez necesito menos cosas para ser feliz; la felicidad depende sobre todo de la fuerza que tienes dentro y está más en lo interno que en lo externo. Y es que a una determinada edad, más o menos a los 46 o 47 (los que tengo yo), tienes más claras tus prioridades, sabes lo que quieres, lo que de verdad te hace feliz, te centras más en lo fundamental, tienes más serenidad, más armonía. Porque, como dice el subtítulo del artículo de The Economist: La vida comienza a los 46. Vamos, el subidón de los 46.

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Por Mayte CIRIZA

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