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Mayte Ciriza

Que quede entre nosotros

Amabilidad

Al principio iba muy estirada, le costaba saludar, era de las que se pensaba que por parecer asequible, cercana y normal se le iba a considerar menos. Poco a poco se fue dando y perdió su temor inicial a mostrarse amable, lo que le hizo la vida más fácil y nos hizo la vida más fácil a los que estábamos a su alrededor. Pero no todos evolucionan, los hay siempre huraños, desagradables, a los que les sale ser bordes, porque piensan que de esta forma se les va a respetar más, personas a las que les faltan habilidades sociales y empatía. Cuando quiero conocer a alguien siempre me fijo en cómo trata a los demás sobre todo, si tiene alguna responsabilidad, me fijo en cómo trata a la gente que trabaja a su alrededor.

 

Siempre he creído que es mejor sugerir que exigir, que es mejor acercarse con una sonrisa que con mala cara, que es mejor entusiasmar que imponer, que es mejor hacer las cosas por disfrute que por obligación –siempre que se pueda- y que al mal tiempo hay que ponerle buena cara.

 

La crisis se ha colado también en nuestro estado de ánimo y nos hace estar más desconfiados, más tristes, más ansiosos (incluso a los que tienen trabajo) y nos hace ser menos amables. La amabilidad es uno de los grandes valores de las relaciones personales. A las personas amables se les trata con mucha más consideración y son una joya en cualquier organización. En cambio, los que van de chulos o con actitud de superioridad, crean ambientes tóxicos, les falta capacidad de liderazgo y no son capaces de crear equipos. En la vida hay que intentar rodearse de personas amables y huir de los bordes.

 

En los servicios públicos, en general, los que atienden no suelen andar muy sobrados de amabilidad, los hay que son auténticos cardos borriqueros porque piensan que te están haciendo un favor cuando en realidad es el usuario el que les está haciendo un favor a ellos y, entre otras cosas, cobran de los impuestos del que se acerca a la ventanilla.

 

No sólo hay que ser amables por intentar hacer la vida más llevadera a los demás (que bastante dura es de por sí), sino por uno mismo, porque tiene efectos psicológicos y físicos positivos en uno mismo y porque quienes lo son afrontan la vida con otra alegría, están más sanos, enferman menos, si enferman se curan antes, sufren menos estrés y menos irritabilidad. Y es que una persona alegre es una persona amable. Siempre es mejor que te quieran a que te admiren y siempre es mejor ser amable que ser temible.

 

Ser amable no es un signo de debilidad sino de fortaleza de carácter. Para salir de la crisis tenemos que ser capaces de sacar lo mejor de nosotros mismos, si no, no saldremos. Y una de las cosas mejores de nosotros mismos es la amabilidad, algo que no sólo es bueno para los demás, sino también para nosotros mismos. Y al que no le salga de por sí, que piense en su propio interés, porque siempre vamos a conseguir mucho más siendo amables (y además es gratis). Es precisamente en los momentos difíciles cuando más se aprecia el verdadero valor de esa actitud positiva ante la vida y ese rasgo de carácter, casi una seña de identidad en el caso de los riojanos, que es la amabilidad.

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Por Mayte CIRIZA

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noviembre 2011
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