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Mayte Ciriza

Que quede entre nosotros

Consentidos

Daba gusto escuchar su tono sereno y sosegado al hablar, los modales tranquilos de esta niña y la manera de comportarse en la mesa. Inès, de 12 años, estuvo una semana en casa, en un intercambio con estudiantes franceses en el que participó mi hija. La he recordado al leer estos días la polvareda a propósito del libro “Criando a un bebé: una madre estadounidense descubre la sabiduría de los padres franceses”, de la corresponsal en París del Wall Street Journal. En él se compara la buena educación y el buen comportamiento de los niños franceses, con los malcriados y consentidos niños anglosajones. Parece que la clave está en que los franceses, desde muy pequeños, educan a sus hijos en la paciencia, les enseñan a jugar solos, a no interrumpir a los adultos, e insisten en su buen comportamiento en sociedad. En fin, ni que los franceses fueran niños modelos. Habrá niños consentidos e insoportables, como en todos los sitios, pero lo importante es que ha llamado la atención sobre el modelo educativo de sus hijos.

No sé si el modelo es el francés o el anglosajón, pero lo que tengo muy claro es que no es el chino, al menos el de Amy Chua, “la madre tigre”. Esta profesora en Yale, hija de inmigrantes chinos, ha escrito un método educativo, “Himno de batalla de la madre tigre”, que ha provocado un vivo debate en su país, Estados Unidos. Chua arremete contra los métodos blandos y condescendientes de los padres occidentales con sus hijos. Da sus claves para lograr hijos exitosos y brillantes, que pasan por unas normas como no permitir nunca que duerman en casa de amigos, no sacar menos de sobresaliente, tocar un instrumento y que sea violín o piano, no ver la televisión ni jugar con el ordenador, que las actividades extraescolares las elijan los padres… En fin, toda una serie de normas que rayan en la crueldad.

Pero, ni tanto ni tan calvo. Ni tigres ni gatitos. Ni tener a tu hija toda la noche sin dormir haciendo problemas de matemáticas porque trajo un notable a casa –como la madre tigre-, ni que las notas den igual y se pueda pasar de curso con tantas asignaturas suspendidas, como en nuestro país.

Detrás de todo esto hay un debate muy interesante sobre el esfuerzo. Para la madre tigre la autoestima llega cuando su hija hace bien las cosas después de su propio esfuerzo y de mucha rutina y sacrificio por hacerlo bien. En cambio, para las familias occidentales la autoestima está por encima de los logros y les damos todo hecho: por temor a dañar la autoestima de nuestros hijos, evitamos que descubran que son capaces de hacer cosas que no se creen capaces de hacer.

Como escribía Leopoldo Abadía hace unos días en su blog, “no se puede hacer palanca con un churro”, a propósito de nuestra educación blandengue y sobreprotectora que impide a los chavales enfrentarse a la dureza de la vida (sí, la vida es dura). Hay que educar en el esfuerzo, el sacrificio, la superación, la perseverancia, la paciencia, con sentido común, para que nuestros jóvenes no estén tan consentidos.

 

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Por Mayte CIRIZA

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