El 20 por ciento de los europeos están dispuestos a interrumpir el sexo para contestar una llamada telefónica, leer un correo electrónico que acaba de entrar o un mensaje recién recibido en una de las redes sociales. Y lo hacen. Teniendo en cuenta que somos uno de los países que más usa las redes sociales del mundo, aquí el porcentaje seguramente será mayor (según datos de la semana pasada, somos el segundo país de Europa en uso de Twitter).
Vivimos conectados, de día y de noche, de forma que parece que la vida on line –en cualquiera de sus modalidades- estuviera por delante de la vida de verdad. Cómo será la cosa, que cada vez más españoles duermen peor, y además del estrés y de la incertidumbre (la crisis nos quita el sueño), una de las causas diagnosticadas es el uso del móvil y del ordenador en la cama o justo hasta el momento de irse a la cama. De hecho, cerca del 80% de los móviles no se apagan nunca, ni siquiera de noche, y cada vez más personas se lo llevan a dormir y lo dejan en la mesilla o junto a la cama.
El problema no es estar conectados, el problema es cuando esto se lleva al extremo, de forma que dejas de ver una película con tu pareja, de supervisar los deberes de tu hijo o de leer un buen libro por estar frente a una pantalla. Desde luego, estar conectado es estimulante, favorece las relaciones, te acerca a los que están lejos, te permite pertenecer a una comunidad al margen de la edad, y es fascinante la inmediatez y la velocidad… El problema, como en todo, está en el uso que se hace de ello. Los ciberadictos empiezan a llegar a las consultas, para recuperar la capacidad de vivir la vida real; hay ya especialistas y tratamientos para desengancharse de la dependencia del mundo on line, y hay un nuevo término clínico, “infoxicados”.
Todo es al instante, todo te llega ya, la vida se ha acelerado. Y hacemos varias cosas al mismo tiempo, haciéndolas lo más rápidamente posible, cuando en realidad se trata de hacer las cosas lo mejor posible, en lugar de quitárselas de en medio apresuradamente para pasar a otro asunto.
Pero no sólo es una cuestión del tiempo que se está conectado, sino de contenido. Al llenar tanto espacio y tanto tiempo de comunicación, se cuenta casi todo de la vida de cada uno, de manera que parece haber un nuevo concepto de privacidad, o más de bien de no privacidad, sobre todo entre los más jóvenes. Aunque cada vez hay un porcentaje mayor de usuarios que no se fían de dejar tanta información personal en las redes, y otros arrepentidos de lo que han publicado (y que está para siempre en la red, así que vete tú a quitarlo).
Hay que desenchufarse de vez en cuando, saborear el tiempo en lugar de contarlo apresuradamente, buscar la calidad personal más que la cantidad en lo que hacemos. Y si suena el móvil, es mejor disfrutar del momento en lugar de arruinarlo. El 20 por ciento de los europeos están dispuestos a interrumpir el sexo para contestar una llamada telefónica, leer un correo electrónico que acaba de entrar o un mensaje recién recibido en una de las redes sociales. La felicidad también habita en el off line.