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Mayte Ciriza

Que quede entre nosotros

Cómo dices


 Estábamos tomando un café y la conversación nos fue llevando a los planes para el verano, después de contarle toda ufana los míos, me dijo “bueno, ¿y qué vas a hacer este verano?”. Vamos, que no me había escuchado absolutamente nada, a saber en qué habría estado pensando mientras yo hablaba, ¡y eso que estábamos las dos solas! Porque si hay tres, uno de los tres está mirando el móvil; y si hay más de tres, todos con el móvil.

¡Qué difícil es escuchar! Tenemos a los que no hacen caso -por un oído les entra y por el otro les sale-, tenemos también a los que no callan, habladores compulsivos, que tienen incontinencia verbal, verborrea, y no dejan meter baza a nadie. Están los que “fingen” escuchar y, de vez en cuando, meten alguna muletilla: “sí…ya…claro…correcto”, pero no hacen ni caso. Y en general casi todos practicamos la “escucha selectiva”, escuchamos sólo lo que nos gusta oír.

Están también los que interrumpen en cuanto empiezas a hablar, creen que lo suyo es más interesante que lo de los demás, tú dices “este fin de semana…” y sin dejar continuar la frase ya te está interrumpiendo para contar “pues nosotros hemos estado en Haro, oye, y muy bien”. Por no hablar de las tertulias del corazón en televisión, auténticas jaulas de grillos donde nadie escucha nada, todos se interrumpen y hablan a la vez.

Lo peor es que nos creemos que tenemos que opinar de todo (y de todos), nos dedicamos a dar consejos rápidamente, aplicando nuestros clichés y esquemas mentales, pero lo hacemos sin escuchar antes, “tú lo que tienes que hacer es…”, como si lo que es bueno para nosotros tuviera que serlo para los demás. Y, por si fuera poco, tenemos muchos elementos de distracción para no escuchar: ordenador, tableta, móvil, redes sociales, son excusas perfectas para ir a nuestra bola y no prestar atención al otro mientras nos habla. No es sólo el ruido externo sino el ruido interno, el rollo que lleva cada uno, lo que nos impide escuchar.

Nos pasamos años aprendiendo a leer y a escribir, pero, ¿y a escuchar? Como dijo Goethe “hablar es una necesidad; escuchar es un arte”. Para conectar de verdad con los otros hay que escuchar, hay que prestar una atención serena  y paciente. Pero esto requiere esfuerzo y voluntad, es un entrenamiento personal y social. Los hijos te enseñan a cómo hablar para que te escuchen y a cómo escuchar para que te hablen. Muchos hijos no cuentan cosas a sus padres (la queja permanente) porque éstos no saben escuchar.

Escuchar es una terapia muy poderosa, un instrumento extraordinario de relación. Los que mejor manejan una conversación no son los que más hablan, sino los que mejor escuchar. De todas formas, a quién no le ha pasado en una conversación que el otro te acaba de contar algo, te quedas mirándole y le preguntas: “¿cómo dices?”.

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Por Mayte CIRIZA

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