Hace unos días me contaba Sor Josefa, de la Cocina Económica, que una mujer les había entregado casi 2.000 euros de una rifa que ella misma había organizado a beneficio de la Cocina. Me la imagino vendiendo boleto a boleto, euro a euro, para sortear los artículos que había ido pidiendo en las tiendas conocidas. Con la crisis, además de más gente a la que atender, hay también más voluntarios para colaborar en esta y en otras iniciativas solidarias. Cuando las cosas se ponen feas, la contrapartida es que hay más personas dispuestas a ayudar.
Las buenas noticias no saltan a los titulares de los periódicos, no llama la atención habitualmente la generosidad, el ayudar a los demás, la bondad, el arrimar el hombro, el echar una mano. Como es lógico, los pequeños gestos no tienen eco y ha de ser un hecho extraordinario, algo excepcional, para que sea noticia.
El mundo está lleno de buena gente, lo hemos podido comprobar hace unos días, a propósito del trágico, del terrible accidente de ferrocarril en esa fatídica curva a la entrada de Santiago. Desde el primer minuto los vecinos de Angrois se entregaron a la tarea de auxiliar a los pasajeros del tren, no dudaron en acudir inmediatamente con mantas a socorrerlos, los bancos de sangre de Galicia se vieron desbordados por la afluencia de donantes, los hoteles cedieron rápidamente habitaciones gratis para los familiares de las víctimas, el personal sanitario -sin que nadie les llamase- acudió a sus puestos en los hospitales y muchos de los médicos y enfermeras que estaban de vacaciones volvieron inmediatamente.
Era emocionante escuchar los testimonios de estos voluntarios anónimos: “no lo pensé ni un segundo, había que ayudar”, “en cuanto escuché la noticia del accidente en la radio y el número de víctimas me vine a donar sangre al hospital”, “lo poquito que podamos aportar siempre es bueno”.
La solidaridad trae esperanza y no sólo hace feliz al que la recibe sino también al que la da, porque se obtiene una enorme satisfacción, y quien lo ha probado lo sabe. El ejemplo que se ha dado a propósito del accidente de Santiago nos demuestra que somos capaces de afrontar una situación límite y ayudar a los demás, que nos crecemos ante las dificultades más extremas. Por eso, no hay crisis que se nos resista si aplicamos este espíritu y sacamos lo mejor de nosotros mismos.