Estábamos entrando a la heladería y mi sobrina me tiró de la mano para reclamar mi atención, “tía, ¿por qué está todo el suelo así?”, no necesitaba mirar, pero lo comprobé, “chicles, son chicles” le dije, y me preguntó –claro-“¿por qué hay tantos chicles?”, “pues porque la gente al entrar en la heladería tira el chicle antes de comprarse el helado, o al salir con el helado, porque no se comen el helado masticando chicle”, “¿y por qué tiran el chicle a la acera si no hay que tirar cosas a la acera?” volvió a preguntar la pequeña, “pues porque algunos son muy guarros”, le dije.
No sólo es una cuestión de higiene y de imagen, sino económica, el dinero que nos cuesta despegar los chicles del pavimento. ¡Y si sólo fueran los chicles! Tenemos que aguantar las pintadas en vallas, paredes, locales comerciales, en pasajes y pasos subterráneos, en los bancos de los parques… El dineral que cuesta limpiarlas para que al poco tiempo vuelvan a mancharnos con su spray.
Hay cosas en las que hemos avanzado, es raro ver a alguien escupiendo en la calle y aquel anuncio que había en la estación de Haro en los años sesenta de “prohibido escupir al suelo” ahora nos parece algo de otro tiempo.
Como tantas cosas en este país hacemos normas pero después no se controla su cumplimiento. Lo del ruido de los macarras con las motos es sangrante, delante de las mismas narices de la policía municipal que ni se inmuta, ¿de que vale prohibir el ruido estridente de los tubos de escape de algunas motos si quienes tienen que hacer cumplir la norma pasan de todo?
Si pasas por la Concha del Espolón a primera hora de la mañana de un fin de semana podrás comprobar como los que han salido de las discotecas cercanas en lugar de aliviarse en los váteres de esos locales deciden hacerlo en sus paredes y rincones, supongo que la visión de la Concha les estimula la vejiga. Por no hablar de esos dueños de perros que nos castigan con los excrementos de sus canes por toda la ciudad, aunque hay que reconocer que en eso hemos avanzado y que cada vez son más los que los recogen y tiran a la papelera. El botellón, además de las consecuencias que tiene el alcohol en nuestros jóvenes, es otra plaga de incivismo en nuestros parques, no hay más que pasear un domingo por la mañana por el Ebro.
No son actos vandálicos, no me refiero a actos puntuales de gamberrismo o destrozo del mobiliario urbano, sino al día a día de nuestra guarrería y falta de civismo. En general somos muy limpios de puertas para adentro, pero como la calle no es de nadie pues podemos pintarla, escupir los chicles, convertirla en un mingitorio o en un gran pipi-can generalizado. En Cataluña se están planteando incluso una Ley del Espacio Público. Allí tienen que añadir a todo esto el top manta permanente, la prostitución en cualquier esquina o el pasear en bañador por las Ramblas de Barcelona. Se trata de hacer cumplir las normas que se aprueben, y más que con multas con trabajos para la comunidad. Pero sobre todo se trata de educación, esa asignatura que se imparte en casa y en el conjunto de la sociedad que se llama educación para el civismo. Para que cada vez haya menos incívicos.