Estaba empeñada en que mi hijo, siendo pequeño, aprendiera a tocar un instrumento, así que lo apunté a un curso de lenguaje musical y, a pesar de que ese año no había sido precisamente productivo –se notaba que la música no era lo suyo, a su padre que se parezca-, lo apuntamos a otro, intensivo en este caso, donde les presentaban los diferentes instrumentos y les enseñaban a familiarizarse con ellos y a tocarlos inicialmente. Al acabar el intensivo le pregunté qué instrumento había elegido, para empezar a estudiarlo: piano, violín, guitarra (como yo), saxo…, y me dijo, todo ufano, que el que más le gustaba era ¡el tambor! Si me hubiera dicho el xilófono, aún, pero ese día pensé, “¡hasta aquí hemos llegado!”, rectifiqué y lo borré de la academia. Empezó entonces a jugar al fútbol, y ha sido una de las mejores cosas que le han pasado.
Hay que saber rectificar a tiempo. Nos pasamos la vida rectificando, de hecho en el día a día estamos siempre corrigiendo decisiones que hemos tomado. No se trata de cambiar de decisión por el hecho de evitar un conflicto personal, sino porque nos damos cuenta de que esa es la decisión acertada. Hay que ser flexibles, sensibles y tener las cosas claras.
Pero para rectificación en condiciones la del Ministro de Educación la semana pasada, que echó marcha atrás en la supresión de las becas Erasmus anunciada un par de días de antes. Muchas veces las rectificaciones en la vida pública parecen algo excepcional, cuando tendrían que ser más normales. Llama tanto la atención la rectificación como el hecho de que quienes pedían un cambio de decisión, una vez producido, sigan criticando, cuando en realidad tendrían que felicitarse por haberlo conseguido.
Todos nos equivocamos, pero parece que si rectificas muestras una debilidad, por eso les cuesta tanto a muchos hacerlo, sobre todo a quienes tienen un cargo público. Y, sin embargo, ser capaz de pedir disculpas, decir “me equivoqué”, “lo siento”, es algo que da autoridad a quien lo hace. El problema es que algunos solo aciertan cuando rectifican.
Aunque también en ocasiones se piden rectificaciones que me llaman la atención, como lo que está sucediendo estos días en Logroño con las críticas a la rezonificación de centros de salud. No digo que no haya casos individuales que rectificar, pero las protestas por abrir un nuevo centro de salud y, por tanto, redistribuir a los usuarios, escapan a la lógica. Por lo visto será mejor no abrir más centros de salud. Y con los nuevos centros que ya tenemos, ¿qué hacemos?, ¿no enviar a nadie?
A veces nos empeñamos en cosas que no tienen sentido, y en la vida suele triunfar casi siempre el sentido común. Rectificar da calidad a las personas y hace avanzar a la sociedad. Si no aprendiésemos de los errores, no habríamos avanzado. Y es que si errar es humano, perdonar es divino y rectificar es de sabios.