“No soy un héroe, soy una persona normal, que llora, que ríe, que duerme tranquilo y tengo amigos como todos. Una persona normal”, es lo que contestaba el Papa Francisco en una entrevista al “Corriere della Sera”, a propósito de su primer aniversario de pontificado al frente de la Iglesia Católica, “pintar al Papa como una especie de Superman, de estrella, me parece ofensivo”
Se ha cumplido un año desde la elección del Papa Francisco y, al margen de otras consideraciones –no soy teóloga ni pretendo serlo-, me sigue fascinando su capacidad de conectar con la gente, la humildad y humanidad que traslada. La revista “Time” ha elegido a este jesuita argentino como personaje del año 2013, señalando entre otras cuestiones que “no solo ha cambiado la letra, sino también la música”, y destaca también cómo clama contra la idolatría del dinero, su reivindicación de los pobres, su lenguaje llano, su enorme capacidad de comunicación y que no ha eludido ningún tema importante de nuestro tiempo.
Tiene pendientes retos muy importantes, como el papel de la mujer en la Iglesia o la integración de los divorciados, entre otros muchos. Me gusta sobre todo el mensaje que traslada de esperanza (“no os dejéis robar la esperanza”, dice a los jóvenes), de alegría, de misericordia, de perdón, de diálogo, de sentido del humor (pide a los cardenales que no tengan cara de “pepinillos avinagrados”), o algo que se tiende a ridiculizar a menudo: la ternura (“no tengáis miedo a la ternura”).
Pero, por encima de todo ello, me quedo con su ejemplo y su reivindicación de la humildad y de la cercanía. En este mundo tan competitivo y en el que el éxito o el destacar por encima de los demás parecen ser la clave, que sea precisamente el Papa quien pone en práctica todo lo contrario, me parece especialmente importante y muy necesario. Más allá de ser un líder religioso para millones de personas, es también un referente moral para el mundo. Como cuando critica que se arrincone a los mayores en nuestra sociedad -como si molestaran- o como cuando llama la atención sobre el comportamiento de nuestras sociedades ante la inmigración, tantas veces convertida en un drama.
Más allá de las creencias religiosas, impacta el ejemplo de vida que supone: su sencillez, su austeridad, su reivindicación permanente del diálogo, su mensaje profundo de solidaridad, el centrarse siempre en lo que nos une, su honestidad y su autenticidad. Por eso, al margen de las creencias religiosas de cada uno, merece la pena no perder de vista a este hombre. Conviene escucharle.