De lunes a jueves mi amiga da clases en Logroño, como voluntaria en una ONG, a mujeres pakistaníes, la mayoría jóvenes. No se trata solo de que aprendan español, sino también de que salgan de casa y puedan relacionarse con otras mujeres. Esta misma amiga me contaba que, cuando alguna de las jóvenes despunta y la encarrilan para obtener el graduado escolar, la familia toma cartas en el asunto y la envían a Pakistán, donde le espera generalmente un matrimonio obligado con alguien a quien ni siquiera conoce. Una vez casadas, algunas vuelven de nuevo aquí, con su marido y con el horizonte vital de obedecerle y tener hijos. Por supuesto, ni se contempla volver a las clases o trabajar fuera de casa.
Hace unos días, una maestra denunciaba en Barcelona el caso de una niña de 10 años de origen musulmán, a la que la madre prohibía ir a la piscina a clases de natación, porque tenía que ir con bañador y sin velo (¡y eso que hay que llevar gorro!). En cambio, al hermano sí le dejan ir, claro. Como es inmigrante, da igual, pero ¿quién vela por los derechos infantiles de esta niña?, ¿cómo podemos permitir casos tan sangrantes de discriminación? En Alemania la justicia ha sentenciado que ser musulmana no exime a las chicas de aprender a nadar.
La semana pasada detenían a una mujer en Martorell por clavar un cuchillo a su hija, que se negaba a llevar el velo islámico, y por descubrir que la chica tenía un móvil. Esta es una muestra, excesiva y violenta, pero una muestra, de que si estas chicas tienen que irse a Pakistán obligadas a casarse, si tienen que someterse a la voluntad de los hombres, si no pueden ni ir a clase de natación para no llevar bañador en público, es porque también hay madres que lo permiten.
Que envíen a una chica a una boda concertada, con un desconocido, a Peshawar en Jaiber Pajtunjuá, en Pakistán, no está pasando en lugares remotos, sino aquí mismo, en nuestra ciudad, en nuestras calles, con la chica – pongamos que se llama Aisha- que seguramente ayer nos cruzamos en la fila del supermercado y que tenía sus propios planes, de estudiar, de trabajar, de salir con el chico al que veía en el parque… sueños rotos.
Más de uno pensará que allá se las compongan, pero mientras miramos para otro lado, el caso de esta chica pakistaní representa el triunfo de la barbarie sobre la libertad, representa la dejación de nuestra sociedad en la defensa de la igualdad. Aisha representa los derechos pisoteados de todas las mujeres.