Pasado mañana, el viernes 17, se celebra en la catedral de Colonia el funeral de estado por las víctimas del avión de Germanwings que cubría la ruta Barcelona-Düsseldorf y que estrelló el tristemente ya famoso Andreas Lubick en los Alpes franceses. Un funeral que volverá a hacer que nos preguntemos por qué lo hizo.
Necesitamos explicar lo inexplicable. Necesitamos ponerle una etiqueta a ese tipo para intentar comprender por qué estrelló el avión con 150 pasajeros aquella mañana de marzo en los Alpes. Necesitamos encontrar una explicación al hecho de que se encerrara él solo en la cabina, iniciara el descenso y le diera la máxima velocidad al avión para causar el mayor daño posible al estrellarse. Esa explicación, esa etiqueta, la hemos encontrado en la depresión que padeció años antes, como si con eso se justificase su asesinato en masa, porque eso es lo que hizo, un asesinato en masa que nos ha conmocionado.
Lo más fácil es aceptar una depresión que tuvo en su momento como causa, como desencadenante de su crimen. Pero no nos engañemos, una depresión no tiene que ver con la maldad, ni con el afán de hacer daño, ni con el intento de matar a 150 personas. Una depresión es curable, hay tratamientos para ello, pero ¿qué tratamientos hay para la maldad, para quien es incapaz de sentir compasión por los demás, para quien quiere matar?
Además, intentar justificar con su antigua depresión el crimen del copiloto alemán, como se ha publicado en todos los medios de comunicación, es estigmatizar, todavía más, a quienes sufren una depresión o algún tipo de trastorno mental (bastante mal lo pasan ya para que les carguemos el sambenito de posibles asesinos, porque no lo son). La depresión es una de las epidemias de nuestro siglo. En España afecta a un 5% de la población, y en 2013 se registraron 1.868.713 casos (más los que no se han diagnosticado ni registrado). De hecho, es una de las principales causas de baja laboral. Esta enfermedad te roba las ganas de vivir y una de sus posibles consecuencias más amargas es el suicidio, pero esto no quiere decir que se quiera asesinar a nadie. Por no hablar de que uno de cada cuatro ciudadanos sufrirá a lo largo de su vida un problema mental, algo que se oculta, porque sigue habiendo muchos prejuicios en torno a los problemas y a las enfermedades mentales.
Nos consolamos más con una depresión como causa porque eso es tratable, se puede abordar, hay terapias y fármacos para curarla y, por tanto además de por qué, sabríamos cómo evitar que volviera a pasar. En cambio, la maldad, la intención de asesinar, no es tratable, no hay fármacos para ello, no sabemos cómo prevenirla, pero tenemos que asumir que entre nosotros habita la maldad. Pasado mañana, durante el funeral, reviviremos la tragedia, ese momento en que Lubick estrelló el avión con 150 pasajeros. Pero no lo hizo porque hubiera tenido hace años una depresión, sino porque era un asesino, porque era malo.