Difteria. He tenido que buscar en Google en qué consiste la enfermedad, de la que recuerdo el nombre porque la estudié en su momento y porque figuraba en el calendario de vacunaciones de mis hijos. Difteria ha sido una de las palabras de la semana porque, en Olot, un niño de seis años se ha convertido en el primer afectado de difteria desde hace 28 años. ¿Por qué? Pues porque los padres decidieron no vacunarle. Hasta ahora llevamos ya 8 chavales más que han dado positivo, pero que no desarrollan la enfermedad porque estos sí estaban vacunados.
Nunca se me hubiera ocurrido pensar que hay padres que no quieren vacunar a sus hijos. Como en España las vacunas no son obligatorias –tan sólo se recomiendan-, entre un 3 y un 5% de los padres se niegan a que vacunen a sus hijos. No los vacunan por prejuicios sin base científica: porque creen que no hay que vacunarse contra enfermedades erradicadas en nuestro país (la difteria lo estaba y el niño de Olot la ha contraído por no vacunarse) o porque piensan que con unas buenas condiciones higiénicas no se contagian las enfermedades. Aunque parezca mentira, hay gente que piensa que una meningitis se puede curar tomando menta-poleo.
Uno de los mayores avances de la civilización son las vacunas, siempre me ha parecido grandioso el poder inmunizarte contra una enfermedad sin haberla pasado. Las vacunas son seguras, se ha demostrado su eficacia, son la mejor garantía para la salud personal y para la salud pública. Gracias a las vacunas se ha conseguido controlar muchas enfermedades
Además de una tranquilidad (“este niño no va a coger sarampión y si lo coge será mucho más leve”), es un privilegio. Sí, un privilegio. En África mueren millones de niños porque no tienen las vacunas más elementales, no pueden ser vacunados contra el tifus, el cólera, la fiebre amarilla, el ébola y tantas otras enfermedades que los llevan a la tumba. ¡Lo que darían por ser vacunados!
El derecho a ser vacunado es de los niños, no de los padres, y los niños no pueden ser privados de este derecho ni siquiera por sus padres. Cada vez nos regulan más todo, el Estado se mete en nuestras vidas cada vez más y, en cambio, no nos asegura la salud pública a través de la vacunación obligatoria. Porque esta es también una cuestión de salud pública, ya que se pueden propagar y contagiar enfermedades que estaban erradicadas en nuestro país.
Por tanto, la vacunación infantil no puede ser optativa; tiene que haber un paquete básico, imprescindible, de vacunación obligatoria, aunque no quieran los padres. Lo peor de todo esto es que contra la irresponsabilidad o la insensatez de algunos padres no hay vacuna.