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Mayte Ciriza

Que quede entre nosotros

Tacones

“Ayer Garbiñe Muguruza ganó el trofeo Roland Garros y hoy domingo se ha quitado las zapatillas y se ha puesto ya los tacones”. Este era el comentario de la periodista antes de entrevistar a la tenista española, el pasado fin de semana en una cadena de televisión. “Se ha puesto los tacones”, es decir, ya está presentable, ya es una mujer
Hace unas semanas, en el Festival de Cannes, uno de los titulares de todos los medios fue que Julia Roberts desfiló descalza por la alfombra roja, no lo hizo porque sí, sino como simbólico acto de protesta por el estricto código de vestuario, según el cual las mujeres tienen que llevar tacones altos durante la gala del Festival. El año pasado ya se lió porque impidieron entrar a una directora de cine sin tacones altos.
La tenista y la actriz pueden subirse o bajarse de los tacones cuando les dé la gana, lo malo es cuando para trabajar te exigen que lleves tacones, entonces sí que hay un problema. Esto no es nuevo, pero ha arreciado estos días la polémica a propósito del despido de Nicola Throp, una chica inglesa a la que sus jefes pusieron de patitas en la calle el primer día por presentarse a trabajar en despacho financiero de la City londinense con un zapato negro plano en lugar de tacones de aguja.
Su trabajo consistía en pasarse ocho horas de pie al día como recepcionista, atendiendo y acompañando a los clientes. Throp ha hecho una petición al Parlamento y al Gobierno del Reino Unido avalada por más de 140.000 firmas, para que se revisen los códigos de vestimenta porque los actuales son “sexistas y están pasados de moda”.
Una cosa son unas pautas razonables de imagen, en fin, una no va con chándal a trabajar a la oficina, y se quiere siempre causar buena impresión, y otra cosa muy distinta es que te obliguen a llegar tacones para trabajar. Se puede exigir un determinado aspecto corporativo, pero hasta unos límites. Y siempre los casos que sobrepasan los límites son contra la dignidad femenina: mujeres a las que despiden por no maquillarse, camareras que tienen que servir con minifalta, o tener que hacer de guía turística con tacones.
Llevar tacones cansa, duele, maltrata los pies y la columna, es incómodo, un martirio ¿Por qué se utilizan? Como un signo de feminidad, como un modelo impuesto de belleza. Es algo discriminatorio porque supone una limitación de las mujeres para desarrollar sus funciones.
Y no avanzamos socialmente, porque las pautas de moda de nuestras adolescentes pasan por llevar taconazos, cuanto más altos mejor, no hay más que darse una vuelta un sábado por la noche por la puerta de cualquier discoteca de Logroño. Para presumir no hay que sufrir. Se puede ir trabajar o salir de fiesta, se puede ser eficaz o ser una mujer elegante sin llevar tacones. Julia Roberts desfiló muy elegante por la pasarela de Cannes. Y lo hizo descalza, con un par…de tacones.

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Por Mayte CIRIZA

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