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Mayte Ciriza

Que quede entre nosotros

Cuñadismo

“Este cordero me lo consigue a mí por la mitad de precio un conocido de Cornago, y con un sabor que le da mil vueltas”. “El jamón no se corta así, déjame a mí, anda”. “Estos mazapanes que has puesto no están mal, pero luego te digo donde tienes que comprar unos buenos de verdad, y seguramente más baratos”. Frases típicas de cuñados, en las comidas y cenas navideñas, aunque no sean en realidad cuñados (yo solo tengo uno, Ángel, y es un tipo estupendo, que conste), pueden ser tíos, primos, cualquier familiar que se sienta a la mesa estos días de Navidad.
Después de estar horas preparando con mucho esmero la mesa, es el típico que se sienta y dice: “¿para qué tanto cubierto y tanta copa?”. Durante la conversación saben de todo, opinan de todo, lo mismo hablan de política internacional que de economía o del último invento tecnológico. Y, por supuesto, se han visto todas las series. Es toda una corriente filosófica, el cuñadismo. No hay tema que se le resista al cuñado, ni aplicación de móvil que no maneje, y siempre es capaz de conseguir cualquier cosa con el doble de calidad y a mitad de precio.
El cuñadismo nos invade, hay una epidemia en nuestro país. Cómo será la cosa que la Fundación del Español Urgente (Fundéu) -cuyo objetivo es promover el buen uso de la lengua española en los medios de comunicación- publicó hace unos días que se puede utilizar esta palabra con normalidad, que no es ningún atropello lingüístico, se puede escribir sin tener que ponerla entre comillas, y amplía su significado al explicar que “este sustantivo se está empleando en España para denominar la actitud de quien aparenta saber de todo, hablar sin saber pero imponiendo su opinión o se esfuerza por mostrar a los demás lo bien que hace las cosas”.
No hay que ser familia política para ser un cuñado. Una de sus especialidades es restregar por la cara cualquier cosa, “te lo dije” es una de las coletillas más utilizadas en el cuñadismo. Están en todas partes, siempre tienen algo que decir, tienen a mano una de esas muletillas desgastadas y sin gracia, aunque siempre pretenden ser graciosos. Da igual lo que opines ante un cuñado, porque el cuñado no escucha. Si para de hablar es porque está cogiendo carrerilla para seguir hablando luego. Le da igual lo que digas, no presta atención, solo quiere escucharse.
Todos llevamos un cuñado en nuestro interior. Es como cuando sales un domingo de verano al campo y junto al río, en tu mesa de camping, piensas “esto está lleno de domingueros”, como sí tú no fueras uno de ellos. Las comidas y cenas de Navidad son el hábitat por excelencia del cuñado. Hay que tener cuidado para no convertirse en uno de ellos, porque si hay algo contagioso es el cuñadismo.

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Por Mayte CIRIZA

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