“La verdad no es verdad”. Así se despachaba el exalcalde de Nueva York, Rudolph Giuliani, en un debate televisivo de máxima audiencia hace una semana defendiendo a Trump. Es un resumen perfecto de nuestro tiempo, es la síntesis de la época en la que vivimos, la de las fake news (fue palabra del año en inglés, según el Diccionario Oxford). Si la realidad se cuestiona, si lo que vemos y escuchamos no es verdad, si el presente se discute ¿qué no pasará con nuestros recuerdos, con el pasado?
A finales de los años 80 del siglo pasado, el padre de la psicología cognitiva, Ulric Neisser (lo recordaba un periódico nacional este fin de semana) hizo un experimento con sus alumnos en Estados Unidos: les preguntó, al día siguiente de explotar en pleno vuelo el transbordador espacial Challenger, qué estaban haciendo en ese momento. Fue un impacto enorme en la sociedad norteamericana. Tres años después, volvió a repetirles la misma pregunta y encontró que solo el 7 por ciento de las segundas respuestas eran iguales que las de tres años antes, y el 25 por ciento no coincidían en ninguno de los detalles importantes.
Y eso que se trataba de un suceso impactante, de los que se recuerdan toda la vida. Es como si nos preguntaran en España qué estábamos haciendo cuando el golpe de estado del 23 de febrero de 1981 o cuando los atentados de Atocha del 11 de marzo de 2004. Esos momentos y lo que estábamos haciendo al recibir la noticia quedan especialmente grabados en nuestra memoria.
El miedo estimula la memoria, en esa situación el tiempo se concentra y nos hace retener, de repente, una enorme cantidad de datos, que serán muy útiles si la situación se repite. Es una cuestión biológica, un mecanismo evolutivo, estamos programados así, nuestra supervivencia depende de ello. De la misma manera, en una situación relajada, nos acordamos menos de los detalles y el tiempo se alarga. Esto justifica que las malas noticias se leen y se recuerdan más. Y, claro, venden más.
Si incluso lo que se supone que se ha quedado grabado no lo recordamos bien, ¡qué calidad tendrá el recuerdo de hechos cotidianos o menos relevantes! Menos mal que nuestra memoria es selectiva y se queda con lo positivo. Aunque no hayan sido sucesos impactantes, esa excursión por los Picos de Europa, ese paseo por la playa de Torimbia, los quesos artesanos de los mercados en los pueblines de Asturias, el Camino de Santiago del Norte, la bajada en piragua del Sella, aquel pescado del Güeyumar, esas cenas con amigos, mi amigo Mariano imitando a Julio iglesias, esas interminables sobremesas de agosto con mis hijos y mi santo, eso sí es verdad y me acuerdo perfectamente.