Estás tan tranquila en la playa, tumbada en la toalla, medio grogui, cuando empieza a colocarse al lado una familia al completo, con abuelos incluidos, cuya avanzadilla es un padre con nevera. En cuanto veo a alguien con nevera me echo a temblar. En efecto, ponen a todo volumen el reggaetón, y entre gritos –no sé qué es peor, los gritos o el reggaetón- montan la mesa de camping, la sombrilla con publicidad de “Sanitarios Guzmán” y las sillas con estampado de flores, casi a juego con los tatuajes que cubren sus brazos, sus piernas, sus espaldas. La nevera encima de la mesa de camping, como si fuera la copa de la Champions en una vitrina. Mientras van montando el chiringuito, los chavales de la familia corren vociferando al agua, y siguen gritando mientras se echan agua ruidosamente.
Me cambio de sitio. Aún no es muy tarde y todavía puedes elegir ubicación en la playa. Extiendo la toalla, estoy a punto de quedarme frita, cuando oigo, cercano, el sonido de los rastrillos y las palas golpeando los cubos. En efecto, varias familias se instalan justo al lado, los niños empiezan a dar saltos y a gritar, pero nada comparable con el entusiasmo de los padres que comienzan a radiar la construcción de túneles y torres con los cubos, mientras van salpicando de arena todo el entorno y cuentan a voz en grito anécdotas del colegio. Se ve que los críos van juntos a clase.
Vuelvo a cambiarme de sitio. Es una pareja la que se aproxima. No traen nevera ni cubos ni rastrillos. Vamos bien. Piensas que estás salvada. Pero sacan de repente unas palas de madera y una pelotita amarilla. No esperan, comienza el interminable toc, toc, toc, toc…Van buscando el récord, “a ver cuánto aguanto”, y pueden pasarse horas dale que te pego a las palas. A veces su pelota cae sobre ti, y él se acerca a recogerla musitando “perdón” mientras le reprocha a ella que por poco no han superado el récord. Y siguen con el martilleo de la pala y la pelotita, incansables.
Visto lo visto, te decides a dar un paseo por la orilla, pero se convierte en una carrera de obstáculos. Hay una especie humana que ha descubierto de forma inexplicable que si pone la silla justo en la orilla, donde llega el agua de las olas, eso tiene efectos especialmente beneficiosos. Tú que tan sólo pretendes caminar por la orilla, tienes que ir dando rodeos y adentrarte en la arena, ardiente, para sortearlos.
Pero me consuelo pensando que estos días no tengo que ir a ninguna entrega de premios, de esos que llenan la ciudad cada mes, con los mismos invitados, los mismos discursos y a veces hasta los mismos premiados. Ese es otro ecosistema con el que nos encontramos en septiembre. De momento estos días, en vacaciones, me distraigo con el zoológico playero.