
Un diputado inglés leía en el Parlamento un discurso en el que criticaba a las nuevas generaciones de jóvenes de su país –me contaban en una cena el pasado sábado-, porque no compartían sus mismos valores, porque vestían como les daba la gana, por sus modales, su comportamiento social, etc. Según la historia, todo el parlamento le aplaudió de forma unánime al acabar su intervención, con gestos de asentimiento, que venían a decir “dónde vamos a parar como sigamos así”. Pero el parlamentario dejó a los diputados pegados y desconcertados cuando les dijo que el texto era de varios siglos antes.
Y es que todas las épocas han criticado a las generaciones posteriores. En su época los Beatles eran para muchos adultos unos melenudos indecentes, y ahora, echando la vista atrás, nos llama la atención que se escandalizaran por esa música genial y esa estética casi inocente.
Es fácil criticar a los jóvenes, parece que hay quienes les culpan de todos los males de la sociedad, descargando en ellos las culpas que no son capaces de asumir. Nunca he estado de acuerdo con estos planteamientos, que son la mejor forma de levantar barreras entre el mundo de los adultos y el de la juventud. Precisamente, a propósito de esta crisis tan dura y duradera, se oye a menudo que, claro, los jóvenes no tienen cultura del esfuerzo, les da todo igual, que hay que darles todo hecho, y que pasan de todo. Yo creo que no es así, pero, en todo caso, si lo fuera, la culpa será de nosotros, de la sociedad adulta, primero de los padres, y después del resto.
Nuestra crisis es, sobre todo, una crisis de valores, y saldremos de ella cuando pongamos el acento en valores como la disciplina, el esfuerzo o la humildad para salir adelante con éxito en la vida; que el dinero no llueve del cielo, que a nadie se le regala nada y que tendremos que ser más austeros y trabajar más para ganar lo mismo o seguramente menos.
Me llamaba la atención hace poco que la escuela de negocios IESE presentaba en sus aulas el caso de nuestro tenista Rafa Nadal como ejemplo para analizar la importancia de identificar y gestionar el talento desde la infancia. Un caso que van a llevar a sus clases en España y en todo el mundo, y que extrae del ejemplo del tenista lecciones como que hay que tener mentalidad positiva, que el entorno familiar es clave, que hay que tener gente alrededor que no te diga únicamente lo que quieres oír, que la única forma de soportar la presión es relativizar y saber que hay algo más que ganar una copa, que hay que convertir los problemas en oportunidades, que hay que tener un carácter decidido, que hay que convivir con el error de una forma natural y estar dispuesto a aprender, que por muy brillante que sea alguien, siempre habrá otro que le supere y le ponga en su sitio, o que hay que ser solidario.
Cada joven tiene un talento que desarrollar, todos no somos Nadal, claro, pero en la vida, como en la cancha de tenis, hay que tener en cuenta todo lo anterior para poder dar lo mejor de nosotros mismos. Todos podemos llevar un campeón dentro que puede aflorar si creemos en ello y ponemos todo de nuestra parte para demostrarlo. Y lo primero en lo que debemos confiar si queremos ganar el futuro es en nuestros jóvenes. Un joven como ejemplo para otros jóvenes (y para los adultos). Todos estos ingredientes son los que componen el preciado elixir de la eterna juventud.