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Mayte Ciriza

Que quede entre nosotros

Enfadados

Como mis hijos son madridistas, estoy al tanto, quiera o no, de las noticias relacionadas con el club blanco. Es inevitable oír sus comentarios o ver las reacciones que producen en ellos no sólo los resultados del equipo, sino el comportamiento de jugadores y entrenador. No me gusta el fútbol, pero hay que reconocer que este deporte trasciende lo puramente deportivo y ofrece modelos de comportamiento para la sociedad, de forma muy especial para los jóvenes. Frente a la famosa frase “fútbol es fútbol”, puede decirse que el fútbol es mucho más que fútbol (y el Barça más que un club).

Por eso me llama la atención la actitud del entrenador, de Mourinho, en una mezcla permanente de enfado y provocación. En una rueda de prensa antes del último partido de la Champion de hace un par de semanas, harto de las preguntas sobre un jugador no convocado, se levantó cabreado de la silla y se fue de la sala de prensa. Como escribía una periodista deportiva (no era Sara Carbonero, lo que le faltaba ya): “Mourinho llegó, vio… y se enfadó”. En un partido en su propio campo contra la Real Sociedad, lanzó una botella de agua contra su banquillo tras una pérdida de balón de un jugador del Madrid que estuvo a punto de costarle un gol a su equipo. Todo esto antes de la goleada del pasado fin de semana.

Cualquier persona, pero sobre todo quien, como el técnico portugués, ocupa espacios públicos y tiene los ojos de tantísimos jóvenes sobre él, debiera haber aprendido a controlar mejor sus emociones. Es normal cabrearse, en la vida es normal enfadarse, faltaría más, y a través del enfado se expresan también emociones negativas que es bueno que salgan de tu interior. En cualquier caso, habría que guardar el enfado para cosas importantes.

El problema es cuando el enfado es de una intensidad tan elevada que se pierden los papeles y uno no es capaz de controlarse. Cuando la ira o el cabreo son muy intensos, nunca son útiles, y pueden transformarse en furia, en violencia. La ira no te deja ver la realidad, es un veneno para la mente, que te ciega y hace que todo se magnifique y se exagere. Además, el mal humor es contagioso (como el buen humor también lo es).

Por eso hay que ver más allá de uno mismo, añadir a las cosas siempre perspectiva, saber dimensionar cada situación y, sobre todo, ponerse en el lugar del otro (eso que llamamos empatía). Relajarse, ver lo bueno de la vida, ser amables, cordiales, generosos, tomarse las cosas con humor, o tan sólo respirar profundamente y contar hasta diez antes de responder cabreado, supone siempre una ventaja y sirve para solucionar los problemas. La vida es demasiado corta para andar siempre enfadados.

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Por Mayte CIRIZA

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