Hace unos días me llamaba la atención que David Cameron va a preguntar a los ingleses qué les hace felices, esto semanas después de que el gobierno inglés presentara un enorme recorte de gasto público, que no creo que haga precisamente muy felices a los británicos. Plantea el primer ministro inglés un debate previo para definir qué se pregunta y después una gran encuesta nacional para medir la felicidad de los ingleses.
La propuesta no sólo viene de Cameron. Otros muchos se han sumado a este debate: ya el año pasado Sarkozy y, más recientemente, la Comisión Europea, la ONU, la OCDE o el Banco Mundial. Hasta ahora se mide la calidad de vida de un país y de sus ciudadanos en función de los datos económicos, del crecimiento económico, del Producto Interior Bruto (PIB)… No creo que esto cambie a medio plazo, pero me parece que la propuesta merece una reflexión. ¿Por qué? Porque, cuando se ven los índices de satisfacción de los ciudadanos de un país, esto no guarda relación directa con los índices de riqueza económica del mismo país.
Hay una cosa obvia: si no tienes qué comer, o un techo bajo el que vivir, o un puesto de trabajo que te permita salir adelante y formar una familia, es imposible tener una vida digna y, por tanto, es imposible siquiera plantearte si eres feliz. Pero una vez aseguradas determinadas cuestiones básicas, cabe preguntarse si el PIB puede ser el único índice de nuestra calidad de vida. O dicho de otra forma: si no se es pobre, tener más no significa ser más feliz.
¿Quién mide el tiempo que tenemos para estar con nuestros hijos? ¿Quién mide el estrés que sufrimos? ¿Cómo se mide el impacto ambiental, el cuidado del entorno natural? ¿De qué me sirve ese último modelo de coche si tengo que trabajar más horas y no tengo tiempo para mi familia ni mis amigos? Puede aumentar mucho el PIB, pero ¿y qué esperanza de vida tiene ese país? Por no hablar del reparto equitativo de la riqueza, auténtica piedra de toque de la justicia social, es decir, que los recursos se repartan de una manera equilibrada. Vamos, que el PIB no lo es todo. Pueden darse contradicciones, como que si hay muchos atascos sube el PIB porque se consume más gasolina, pero eso nos hace profundamente infelices.
Me gusta la idea de Cameron de querer hacer de Gran Bretaña una nación “más acogedora para las familias”, donde cuente también “la salud de nuestros niños, la calidad de su educación, la alegría con la que juegan o la compasión o la devoción por nuestro país”. Vamos, que no se trata tanto del Producto Interior Bruto, sino de la Felicidad Interior Bruta, no tanto del PIB como del FIB.
