Desde que la conozco, está a dieta; de vez en cuando, dejaba la que estaba haciendo y al poco tiempo comenzaba una nueva; cuanto más milagrosa decía que era, más estrambótica me parecía. La del pomelo (se le secaba la piel), la de las proteínas (se le puso el colesterol a mil), la de la alcachofa (por alguna razón le producía continuas ventosidades), otra temporada tomaba continuamente batidos (se pasaba el día en el cuarto de baño), pero ninguna funcionaba. Desde que la conozco, ha sido una mujer divertida, con unos kilos de más, kilos con los que no estaba a gusto, obviamente. Nadie sabe el dinero que se habrá gastado en esas dietas milagro en lugar de comer bien y hacer algo de ejercicio, que son las claves, y estar a gusto consigo misma, que es de lo que se trata.
Este fin de semana se publicaba en la revista semanal de este nuestro periódico una entrevista, que no debería perderse nadie, con un famoso nutricionista sobre las dietas milagro. La obesidad es un problema cada vez mayor en nuestras sociedades, y eso no se soluciona con dietas milagro, sino con un régimen de vida sana, con buenos hábitos, comiendo de forma saludable y moviéndose un poco. Hasta tal punto es así que se ha acuñado el término “globesidad”, para el exceso de peso que ha colonizado al mundo.
En España, uno de cada cuatro niños sufre sobrepeso, una de las cifras más elevadas de Europa. Esto pasa porque hemos cambiado la dieta mediterránea por una dieta americanizada. ¿No estamos en tiempos de austeridad? Cuánto dinero ahorraríamos a la sanidad si no se comieran tantas grasas, chucherías y comida basura en general. No estoy a favor de que suban los impuestos en general, pero una de las cosas a las que sí habría que subirlos es a la comida basura, no tanto para recaudar más, como para evitar que esa comida insana sea tan barata. Claro, también habría que hacer algo para que los ingredientes de la dieta mediterránea (miles de años de sabiduría de cómo alimentarse bien nos contemplan en esa dieta) fueran más baratos. Somos lo que comemos y seremos lo que hayamos comido, con todas sus consecuencias. Por eso no podremos asumir los costes sanitarios de un país de obesos, los costes de enfermedades cardiovasculares, cáncer y diabetes, asociados al sobrepeso.
En Dinamarca y Hungría ya hay un impuesto a la grasa, y cuanto más grasa lleva un alimento, más alto es el impuesto. Pasa como con el alcohol, ¿cómo es posible que una botella de vodka o de ron sea más barata que una de vino? Eso es propiciar el botellón, pero esto lo dejo para otro artículo. Hay que tomarse en serio el problema de la obesidad, por salud, por bienestar, por economía, esto sí es una cuestión de peso. En estos tiempos de dietas de adelgazamiento en la administración y en el gasto público, de ajustarse el cinturón las familias, una de las cosas que tenemos pendientes es estar más desengrasados.