Hace 25 años que terminé la carrera y, al juntarnos hace unas semanas los compañeros de la Universidad, me llamaba la atención comprobar el implacable paso del tiempo sobre el grupo, que cada uno se ha dedicado a una cosa y, sobre todo, cómo los expedientes más brillantes de la clase no son los que luego han triunfado profesionalmente. Y es que, cuando entonces estudiábamos, se hablaba mucho de la inteligencia, una inteligencia basada en la memoria y en las habilidades matemáticas o lingüísticas, como si esto fuese el único indicador de ser listo.
Todos conocemos a personas muy inteligentes, pero que no tienen capacidad para relacionarse socialmente, empatía, en fin, eso que llamamos también inteligencia emocional. Al respecto, me llama la atención -y lo pensaba en ese encuentro de aniversario- que nuestro sistema educativo no ha incorporado la educación de las emociones. Asignatura arriba o abajo, el tronco del sistema sigue siendo el mismo y la forma de enseñar la misma, basado en una inteligencia, la de siempre, cuando en realidad hoy sabemos que contamos con varias inteligencias, lo que se ha dado en llamar “inteligencias múltiples”. Todos tenemos distintas cualidades, debilidades y fortalezas, se trata de conocerlas y potenciar aquello en lo que somos buenos. Es decir, que no se puede reducir todo a un número ni se puede pretender que solo hay una manera de ser inteligente.
Este año, precisamente, el Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales se ha concedido a Howard Gardner, neuropsicólogo y profesor de Harvard, un tipo interesantísimo que trabaja sobre las inteligencias múltiples y que sostiene que cada uno tenemos, al menos, ocho tipos de inteligencia. Una de ellas, por ejemplo, es la interpersonal –la capacidad de comprender a los demás e interactuar con ellos- y otra la intrapersonal. La brillantez académica no lo es todo: hay gente muy inteligente pero no sabe elegir bien a sus amigos, mantener una relación de pareja o conocerse a sí mismo, y eso le lleva a no tomar las decisiones adecuadas en la vida. En cualquier caso, la inteligencia en sí misma no lo es todo, el uso que cada uno hace de su inteligencia es una cuestión moral.
Por eso, en esta urgencia que tenemos en España de reformar nuestro sistema educativo, una de las cosas que hay que tener en cuenta es desarrollar las inteligencias múltiples y no basarnos únicamente en las tradicionales: la lingüística y la lógico-matemática. Además de fomentar la excelencia y valores como el esfuerzo, el trabajo, el sacrificio, la disciplina, en fin, todo eso que necesitamos no sólo para salir adelante como personas sino para sacar adelante a este país, vamos a necesitar también fomentar valores éticos, altas dosis de creatividad y de inteligencia múltiple, es decir, mucho talento.