Magda es médico, acude todos los días a su trabajo y, aunque no ejerce de médico, despacha cada mañana con decenas de personas, escuchándolas, atendiéndolas, intentando solucionar sus problemas en la medida de sus posibilidades, va a ver a sus familias, les asesora, les lleva consuelo, compañía y esperanza, intenta motivarles y ayudarles a rehacer su vida. Magda no lleva uniforme de ningún tipo, viste de manera informal, y va cada mañana a la cárcel, que es donde trabaja. Vive en un piso con otras tres compañeras. Es monja.
Luis se acerca cada día a ver un grupo de chicas y chicos que luchan por desengancharse de su adicción a las drogas, pasa incluso los fines de semana con ellos, ayudándoles a superar el síndrome de abstinencia, algo muy duro. Están alejados de sus familias, a las que solo volverán muchos meses después, cuando hayan superado la primera fase de su adicción. Durante ese tiempo Luis y otros como Luis serán su familia. Luis es cura.
Teresa da de comer cada día a más de 100 personas, además de los cientos de bolsas de comida que prepara para las familias necesitadas que van a recogerlas. Sabe leer en los ojos de cada uno de los que van a comer las historias de desarraigo, de adicciones, de soledad, de problemas mentales. No los acogeríamos en nuestras casas, pero Teresa les acoge en la suya y les da de comer. Teresa viste un uniforme blanco y vive encima del comedor social donde trabaja. Es monja.
Magda, Luis y Teresa no viven en un país de África, viven en Logroño, trabajan en la cárcel, en Proyecto Hombre y en la Cocina Económica. Luis tiene un sueldo que está en torno a los 600 euros, vamos, que no llega ni a mileurista. Magda y Teresa ni eso. Muchos más en tareas sociales, mejorando las condiciones de vida de quienes están condenados a sobrevivir, en albergues de transeúntes, con inmigrantes, con mujeres para sacarlas del drama de la prostitución, con los heridos de la vida. O con enfermos, con personas mayores, con los desahuciados o, sencillamente, partiéndose la cara educando a muchos chavales (casi nada).
Todos ellos forman parte de eso que llamamos Iglesia. Se puede creer o no, pero no se puede negar la importancia de la labor social que llevan a cabo. Por eso me repatea ese anticlericalismo rancio, trasnochado, esa inquina que de vez en cuando sacan algunos en procesión contra la Iglesia.
Ahora se ha montado una polémica con el IBI de la Iglesia. Si hay que replanteárselo me parece muy bien, pero para todos, también para partidos, sindicatos, fundaciones y otras confesiones religiosas. Pero piden que lo pague solo la Iglesia católica y esto es lo que les delata.
¿Cuánto dinero le ahorran Magda, Teresa, Luis y tantos otros al Estado? Yo, en cambio, creo que no tenemos dinero para pagárselo (y menos ahora) ni palabras para agradecérselo. Todos ellos, como dice el lema de Cáritas, viven sencillamente para que otros sencillamente puedan vivir. No ser capaces de ver esa realidad, no ser sensibles a esa acción social desinteresada y de incalculable valor, es una ceguera moral, sencillamente.