Estaba de cena en casa de unos compañeros de trabajo, y yo creo que ni había acabado de cerrar la puerta la primera pareja en marcharse, que ya estaba la mayor parte del resto de comensales hablando de ellos, más bien criticándolos. Es el inconveniente de irse los primeros de una comida o de una cena. Esto está en el alma humana. Mi santo suele citar una frase de hace más de 2.000 años, que dice: “hablar mal de los ausentes es más dulce que la miel de Atenas” (que debía de ser una miel muy pero que muy dulce).
No me refiero a criticar al jefe, eso se da por hecho, no cuenta como crítica. Pero no miremos a otro lado cuando hablamos de los criticones, a ver quién no ha buscado un defecto o criticado por una tontería a la mujer o al hombre más guapo, inteligente o brillante de la reunión o del acto social. Al que saca buenas notas siempre le hemos llamado empollón o pitagorín y al guapo, guaperas, para consolarnos de nuestra normalidad o de nuestra mediocridad. Vamos, que en los defectos de los demás nos cebamos especialmente.
Nos encanta criticar por criticar. Muchas veces la crítica no es otra cosa que envidia mal disimulada (¡qué mala es la envidia!). O porque pensamos que el comportamiento de los demás tiene que ajustarse a nuestra forma de ver las cosas, y estamos llenos de prejuicios, de manera que juzgamos que son los demás los que están equivocados. Como si lo que es bueno para nosotros tuviera que ser bueno para todos.
Todos criticamos, pero, claro, todo depende de cómo se digan las cosas. El problema no está en hacer una crítica, siempre que se haga directa y abiertamente, sino en la intención con la que se haga, no con ánimo de hacer daño, sino siempre poniéndose en el lugar del otro.
Otra cosa muy distinta es criticar a las espaldas. Me hace gracia eso de “que hablen de mí, aunque sea bien”, cuando lo que se esperaría es, en cambio, “que hablen de mí, aunque sea mal”, pero la primera frase supone dar por hecho que te van a criticar y hablar mal de ti. Porque esa es otra, al final siempre te enteras de lo que han dicho de ti (¡pero si es mejor no saberlo!). Como el que te dice que le ha gustado tu articulo y tú ya sabes que lo ha criticado poco antes con un amigo común.
A las críticas, como a las alabanzas, hay que hacerles el caso justo, y dependiendo de quien vengan, por supuesto. Una buena muestra del nivel de autoestima y de seguridad en nosotros mismos es la capacidad de aceptación de las críticas. Hay quienes son más inseguros, y no aguantan ni una pequeña crítica, todo les afecta, y hay quienes, en cambio, hacen suya esa famosa frase de “si los que hablan mal de mí supieran lo que pienso de ellos, hablarían todavía peor”, que desde luego es lo mejor que se puede hacer con los criticones.