La vida te va haciendo cada vez más indulgente, pero si hay algo que no he soportado, ni soporto -a pesar de los años-, es la ostentación, a la gente que aprovecha la más mínima oportunidad para presumir de lo mucho que tiene o para ufanarse de lo importante que es, o a esos padres que a la primera de cambio te recitan el curriculum de sus retoños y se chulean de lo listos y perfectos que son ya con quince años. Como cada uno tiene sus propios problemas, siempre me he quedado pasmada con los que te narran lo maravillosa que es su vida y lo requetebién que les va.
Ahora, con la que está cayendo, todos estos pretenciosos están medio agazapados, porque ya no se lleva tanto el oropel, ni fardar del último modelo de coche, ni de las exclusivas vacaciones en ese “resort” del Pacífico. Me alegro mucho de que a la gente le vaya bien, sobre todo si son amigos, pero creo que es precisamente entonces cuando más sencillo y humilde hay que ser.
Espero que frente a los excesos de estos últimos años, frente a esos tiempos de ostentación e ínfulas, lleguen tiempos de humildad. Un magnífico ejemplo de humildad es el que está dando el nuevo Papa, y desde el principio. Su aparición en el balcón de San Pedro ya trasladó esa imagen de él, sin la tradicional cruz de oro de los Papas, sin la estola (sólo se la puso en la bendición, y una muy sencilla), sin la muceta de terciopelo rojo con armiño blanco sobre los hombros. Todo un ejemplo de sencillez y de sobriedad, y de decir cosas profundas de forma sencilla. Creo que estos valores los necesitamos como agua de mayo, ya podían copiar muchos de él.
Y humildad no solamente en las formas, en las actitudes, sino también en la manera de relacionarse con los demás. Sin duda, una de las pruebas de la sabiduría es la humildad, por eso siempre he creído que la humildad es un signo de inteligencia (como el humor), y que no hay nada más ordinario y vulgar que el aparentar. De la misma manera que algunos aparentan ser humildes, eso que llamamos falsa modestia, y que es una de las cosas más vanidosas que hay.
Estamos tan rodeados de vanidosos, creídos, soberbios, autosuficientes, envarados, de “sobraos”, de falsos modestos que, independientemente de las creencias de cada uno, de la religión que se profese, del agnosticismo o del ateísmo, habrá que reconocer que el mensaje universal de este Papa es un soplo de frescura y de esperanza. La periodista italiana que ha escrito una biografía sobre Bergoglio -a partir de entrevistas con él- declaraba estos días que “él cree que las virtudes principales son la humildad y la paciencia, y el peor defecto “ser creído”. Un periódico colombiano titulaba el día de la elección del nuevo Papa: “Argentino, pero modesto”. Me hace gracia que con la fama que tienen los argentinos fuera de su país, sea precisamente un argentino el que encarna la humildad.