El comienzo de curso de los hijos marca de verdad el fin del verano, y eso que aquí la cosa no empieza en serio hasta que no pasa San Mateo. Debatimos mucho sobre si se tiene que estudiar una u otra asignatura, y eso está bien, pero eso no debe hacernos perder de vista el objetivo final de la educación. Los chavales tienen que aprender a ser autónomos, a tener autocontrol, a preocuparse por el bien común, a trabajar en equipo… y, por supuesto, tienen que adquirir conocimientos.
Lo que importa es preparar a los jóvenes para la vida, y eso pasa no solo por los contenidos que tienen que aprender, claro, sino también por educar en emociones y en valores. No se puede dejar de lado ni una cosa ni otra.
Frente a la sobreprotección a la que sometemos a nuestros hijos, hay que enseñarles a afrontar la frustración. No hay nada más educativo que el fracaso y la frustración. Cada vez que evitamos a nuestros hijos una situación que puede hacer que lo pasen mal, les estamos privando de la capacidad de crecer y de descubrir sus posibilidades. Si los tenemos metidos en una burbuja, tendremos personas de plastilina y estarán incapacitados para enfrentarse a la tristeza, a la ansiedad, a la frustración, al estrés…, en fin, a esto que es la vida. En nuestro afán de ser padres perfectos crearemos adultos inútiles.
El conocimiento y la memoria siguen siendo imprescindibles a pesar de Google. Lo que marca la diferencia es la atención, la capacidad para organizar la información, tener criterio… y para lograrlo es necesario el conocimiento de las cosas, es decir, estudiárselas. Además, sólo puede interesar lo que se conoce; si algo no se conoce, nunca tendremos interés en ello. Todos queremos que nuestros hijos sean felices, pero la realidad es que el día de mañana les van a medir por lo que sean capaces de hacer y para ello tienen que aprender.
Todo lo que en la vida merece la pena exige esfuerzo. Y cuanto antes aprendan esto los chavales, mejor. Ellos lo aprenden por impregnación: no se educan por el oído (les da igual lo que les digas), sino por los ojos (por lo que ven). Por eso, para educar en el esfuerzo y en la voluntad, hay que dar el ejemplo de esforzarse para que, aunque no tengan ganas, se pongan a estudiar; porque es la única manera de aprender.
Habrá que intentar ilusionar a los alumnos y hacer atractiva la exigencia, pero no hay aprendizaje fácil de cosas complejas. Como todo en la vida, es cuestión de meter horas; por eso hay que tener muy presente en este comienzo de curso que, como decía hace unos días el filósofo Gregorio Luri en una entrevista: “no hay alternativa pedagógica a los codos”.