>

Blogs

Mayte Ciriza

Que quede entre nosotros

¡Qué envidia!

Nos enseñó su coche nuevo, con todos los extras, y lo hacía con normalidad, sin chulería. La verdad es que yo me alegraba por esta amiga al verla tan contenta, pero cuando el grupo se disolvió, comprobé que no todos sentían lo mismo. Una de las que quedaba comentó: “¡bah!, el coche no está mal, pero a ella la he visto mucho más gorda”.
Hay quienes son incapaces de alegrarse de las alegrías ajenas. Ese sentimiento es la envidia que, según la Real Academia de la Lengua, es el “deseo de algo que no se posee” y eso provoca “tristeza o desdicha al observar el bien ajeno”. Cuando nos comparamos con otra persona y comprobamos que tiene algo que nosotros queremos, es cuando surge la envidia. Una buena manera de evitarla es cultivar la humildad.
Un envidioso prefiere que algo se destruya antes de que otro lo tenga. En este sentido, unos economistas ingleses hicieron un experimento en sus universidades: adjudicaron dinero a distintas personas, dinero que se iba incrementando con el paso del tiempo. En el ensayo, cada una podía destruir parte del dinero de los otros, pero a costa de perder el suyo propio. Pues bien, la mayoría de los que participaban llegó a perder la mayor parte de su dinero con tal de conseguir que los demás no se enriquecieran más que ellos.
La envidia se sufre en silencio porque supone una declaración de inferioridad, de ahí que nadie se reconozca como envidioso. Este sentimiento es universal: sin ir más lejos, por envidia Caín mató a Abel. Pero llama la atención que en España, para elogiar algo, decimos que es “envidiable”, y ya Unamuno escribió que la envidia “es el virus que infecta la vida española”.
Lo contrario es la generosidad o el sentimiento de admiración, que es reconocer lo superior. Por eso, una sociedad, además de defender la igualdad de oportunidades, tiene que reconocer los méritos, tiene que enseñar a admirar, a aplaudir lo bueno, a valorar y perseguir la excelencia. El envidiado, sin intención, hace de menos, eclipsa al envidioso. Por parte del envidiado lo mejor es hacer suya la famosa frase del Quijote: “ladran, luego cabalgamos”.
Si hay algo destructivo es la envidia, que surge de un sentimiento de fracaso. Además, no se calma nunca, es rumiadora, supone una insatisfacción permanente y es uno de los más serios obstáculos para la felicidad. Por eso, se intentan relativizar los éxitos de los otros y se pone siempre un “pero”: “es un piso nuevo y grande, pero está muy lejos del centro”, “le ha ido bien en la empresa, pero no sabe hacer otra cosa”. O como decía una de las compañeras que vio el flamante coche nuevo, “pues no es para tanto”, cuando en realidad lo que estaba pensando es “¡qué envidia!”.

Temas

Por Mayte CIRIZA

Sobre el autor


octubre 2015
MTWTFSS
   1234
567891011
12131415161718
19202122232425
262728293031