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Mayte Ciriza

Que quede entre nosotros

¡Qué bien te veo!

  

“¡Qué bien te veo!”, le dijo, aunque estaba más
arrugada que una pasa. Fue hace dos fines de semana en Madrid, en una de esas
cenas de hace veinte años que acabamos la carrera. Me llamó la atención lo
mayores que vi a algunos de los compañeros de clase, supongo que ellos también
a mí, pero sólo se oían expresiones del tipo “qué bien te veo”, “estás en
forma”, o la de “estás estupenda”, que todavía es peor.

Mentiras cotidianas, trolas del día a día: “ahora te
envío el informe” (le dices a tu jefe cuando todavía ni lo has empezado), “me
estoy quedando sin batería” (acabas de cargar el móvil, pero no te apetece esa
conversación), o ese “luego te llamo, estoy reunida” (mientras te estás tomando
un café).

Mentiras de convención social. ¿Cómo serían las
relaciones humanas si no mintiéramos? ¿Por qué mentimos? Mentimos para ocultar
nuestros pensamientos y emociones. Mentimos para relacionarnos, para parecer
amables y para halagar (“te veo más delgado”). Mentimos, muchas veces, para no
discutir; o para presumir, para inflar nuestro ego. También lo hacemos para dar
pena, “estoy agotada”, “llevo una semana de infarto”. Por no hablar de las
mentiras en la cama, “me ha encantado, cariño”. Las de las invitaciones a comer
en casa son de las más piadosas, “el asado estaba exquisito” (en realidad
estaba como una suela de zapato). Las motos que nos intentan vender los hijos
son capítulo aparte: “Me voy a casa de Pablo a hacer un trabajo”. Y el tal
Pablo resulta que es Paula y que el trabajito lo están haciendo en el parque.

Ojo, no digo que esté bien, pero las relaciones
sociales serían imposibles sin estas mentirijillas, porque no estamos
preparados para que nos digan toda la verdad sobre nosotros mismos. Me refiero
a estas mentiras sin trascendencia, en las que, además, a quien se lo dices
sabe o sospecha, a su vez, que le estás mintiendo. Estas mentiras piadosas no
tienen consecuencias negativas, son inofensivas ¿Cuánto llegaremos a mentir al
día? Mentimos mucho más de lo que creemos, ¡incluso nos mentimos a nosotros
mismos!

Otra cosa muy distinta son las mentiras que dañan o
perjudican a los demás, las mentiras por ambición o poder. Desde luego, por ahí
no pasa nadie: las del adulterio, las mentiras de las bajas laborales, las de
la cuenta de resultados, las de la política, las de Hacienda, ésas son
intolerables.

En el día a día, sinceramente, todos mentimos, y el
que diga lo contrario, es que miente. Aunque, claro, no todo vale. Las relaciones que de verdad nos importan,
la verdadera amistad, se basa en la franqueza, en la autenticidad, en la
lealtad, en la honestidad, en la no mentira. Porque todas esas mentiras
cotidianas e inofensivas solo resultan comprensibles -y tolerables- en personas
que hacen de sus actos y sus palabras una verdad permanente. De estos sí que
reconforta oír ¡qué bien te veo!

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Por Mayte CIRIZA

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mayo 2007
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