Ya saben ustedes que para que el bizcocho suba, además de la acertada mezcla de ingredientes, el punto de horno es fundamental. Pues nada, aquí estamos los riojanos observando cómo nuestros gobernantes con la nariz pegada al horno comienzan a ser conscientes de que por mucho que miren y remiren el bizcocho presupuestario no acaba de subir. En las arcas públicas del gobierno riojano sólo quedan rescoldos del calor de antaño. En La Rioja, como en el resto de Comunidades Autónomas, el bizcocho crecía cada año a ritmo de soufflé, no se dieron cuenta de que con horno demasiado fuerte el guiso sólo crece por el centro y el resultado es igualmente frustrante.
Llevan meses el presidente y sus consejeros dándole vueltas al termostato para decidir qué bizcocho nos sirven a los ciudadanos que, por otro lado hace ya tiempo que somos conscientes de que ese guiso de incrementos presupuestarios en continuo ascenso es imposible de mantener. El presidente anunció, a bombo y platillo y con tono solemne, un plan de austeridad que sólo iba a dejar en el presupuesto lo verdaderamente necesario, como si el resto de cosas consideradas ahora manifiestamente prescindibles hubieran sido presupuestadas por el Maestro Armero y no por él. Los variados gabinetes de comunicación del gobierno, totalmente innecesarios y que pagamos entre todos, propagaron la proeza como si se tratara de hacer público el descubrimiento de las Américas. Ahora, es el consejero de Obras Públicas el que concreta que las variadas autovías diseñadas en el grandioso y profusamente publicitado Plan de Carreteras de La Rioja 2010-2021, es decir, la de Calahorra-Arnedo, la de Haro-Santo Domingo -Ezcaray y la de Logroño-Villamediana quedan en suspenso hasta que el temporal presupuestario escampe. Considero que la crisis está aportando un poco de cordura a los dirigentes políticos. Seguramente no es políticamente correcto afirmar que quizás estas infraestructuras nunca debieron incluirse en Plan de Carreteras por una sencilla y simple razón: porque no podemos, ni hoy ni ayer, permitirnos ese lujo. Yo al menos así lo creo.
Seguramente es mejor tener autovías que carreteras de doble sentido, pero será mejor que si usted padece un cáncer o cualquier otra enfermedad no se regatee en pruebas diagnósticas, en tratamientos o en personal sanitario. Mejor que circular a 120 km/h será que su hijo pueda disponer de una enseñanza pública que garantice su formación para el futuro y si tiene un niño con dificultades tenga posibilidades de tener los apoyos que necesita. En nuestras casas nuestros padres y nuestros abuelos nos enseñaron que antes de comprar algo hemos de saber si podemos pagarlo y también que, casi siempre, es mejor renunciar a un capricho, caro e innecesario, para conseguir años de vida sencilla pero estable y sin sobresaltos que permita sacar a toda la familia adelante. Muchos no conocieron nunca lo que era irse de vacaciones pero facilitaron a sus hijos una educación y una vida que ellos nunca tuvieron. Aunque la insufrible cifra del paro nos desconcierte, es tiempo de valorar que la consecuencia positiva de esta crisis debe basarse en el replanteamiento de nuestro modelo político y presupuestario. Seguramente la sociedad ya ha asumido esta necesidad y ha interiorizado la complicidad de su silencio pero ahora considera que es necesario que la clase política conecte con la realidad de calle y espera que ésta no tarde mucho en hacerlo.
Por eso, es tiempo de reprochar a nuestros gobernantes, en este caso al gobierno riojano, que lleven tiempo sin decirnos la verdad sobre nuestras cuentas públicas. No toman esta decisión por responsabilidad sino obligados “in extremis” y que digan que estamos mejor que otros no resulta un alivio. Presiento que queda todavía mucha verdad por contar y se resisten a hacerlo por miedo a enrojecer cuando sepamos la verdadera magnitud de lo derrochado en caprichos innecesarios. Sugiero que nos pidan consejo a los ciudadanos sobre dónde recortar, quizás nosotros lo sepamos mejor que ellos.