La fotografía de varias trabajadoras de Spanair llorando abrazadas y buscando consuelo entre compañeras ilustra el pan nuestro de cada día. El resultado es que 2.075 nuevos desempleados se unirán a la ya de por sí, monstruosa cifra de 5.300.000 parados que engrosan la larga fila de españoles que lucha, en las colas del INEM, por abrirse camino hacia un incierto futuro. En nuestra vieja y querida Europa, la clase media se hunde. Es decir, el estamento social que ha sostenido el sistema democrático y de bienestar más avanzado que se conoce, alberga entre sus fronteras a 115 millones de personas en riesgo de pobreza y exclusión social. En España, el número de ciudadanos en el umbral de la pobreza asciende a 11,6 millones de personas, es decir, que uno de cada cuatro españoles no sólo malvive sino que tiene el orgullo herido de tanto mendigar esperanza. En Grecia han comenzado a repartir mantas para que los pobres no mueran de frío en las calles, los ancianos no saben si comprar leche o medicinas (que ya no son subvencionadas) y, en los colegios, reparten leche para evitar la desnutrición infantil. En Londres no se libran del desastre, ya que la ciudad acoge una tasa de pobreza infantil superior a la media europea y el Reino Unido a 13,4 millones de personas en riesgo de exclusión… no sigo, no quiero amargarles el día.
Si en vez de a las personas miramos a los Estados, sobre todo a los del Sur de Europa, la sensación de fragilidad y de sometimiento a los designios de inversores, especuladores, entramados financieros y todo tipo de agentes sin rostro que teledirigen sus políticas económicas, el panorama no es más alentador. Llevamos demasiado tiempo con esta monserga de la crisis de la deuda amargándonos la vida y algún día habrá que parar esta desvergüenza especulativa y usurera que está poniendo en solfa la supervivencia de los estados supuestamente soberanos.
Por eso me llama la atención que el 30 de enero la rentabilidad del bono portugués a 10 años, en el mercado secundario, superara el 17% y ha estado incluso más alto. Es decir, Portugal, un país intervenido y con un plan de ajustes todavía más duro que el nuestro, se ve en la obligación de financiarse a precios de usura para sostener al propio estado. No es extraño recordar que esto ha ocurrido después de que Standard & Poor’s haya rebajado, de nuevo, el nivel de solvencia del país vecino. Es decir, que las agencias trabajan eficazmente para los suyos. Se da la paradoja de que los estados están sosteniendo a sus propias entidades financieras con préstamos, desde luego a menor interés, y nadie tenemos claro si éstas después prestan a los propios estados a precio superior. Hoy se anuncian nuevas ayudas a los bancos y, para animar la semana, Botín ha culpado a los políticos de la persistencia de la crisis. No digo que no lleve razón Botín, pero reconocerán conmigo que cuando el parado no puede pagar la hipoteca nadie acude a su rescate, pero cuando un banco entra en barrena tenemos que acudir corriendo a salvarlos para que no nos hundan con ellos. Y es que cada día se parecen más al comandante del Costa Concordia que abandonó el barco antes que el pasaje.
Vivimos en una Europa desconcertada cuyos dirigentes, como cuenta Vidal-Folch, dedican gran parte del tiempo de las cumbres a discutir cómo sacan la pata que han metido en la anterior. El caso es que, por la incompetencia de unos y por la voracidad de otros, los que viven del sudor de su frente tienen la soga al cuello. Creo que el capitalismo en estado puro ha hecho realidad el sueño dorado de los usureros. Yo considero que los usureros de antaño, los especuladores de hoy, nunca creyeron que llegarían jamás a ser tan sumisamente obedecidos y mucho menos más reverenciados que los propios dioses. No sé si los dioses han muerto, pero está claro que la usura ha renacido entre nosotros. Simplemente, mire a su alrededor y compadezca a Europa.
