Los tiempos no están para fuegos artificiales, y menos si son a cargo del erario público, por eso no es de extrañar que los dioses del Olimpo se reunieran, con Zeus a la cabeza, y decidieran obsequiarnos con rayos y tormentas a partir del 6 de mayo. Desde antiguo se mira al cielo buscando esperanzas y se confía en que lo bueno nos venga regalado desde las alturas, pero la experiencia terrenal nos enseña que cuanto más alto está en el escalafón el que toma las decisiones, más elevado es, su más que probable, nivel de incompetencia. Así podríamos decir que Europa es hoy algo así como el Olimpo donde los dioses (burócratas indecisos y de acreditada mediocridad en sus países de origen) se reúnen y no aciertan ni una desde hace tiempo. Sus titubeos y su falta de ímpetu y gallardía les hacen refugiarse en sus despachos eludiendo la batalla en vez de combatir a los mercados y a las injusticias. Por comparar, yo diría que actúan como si Zeus hubiera renunciado a plantar cara al malvado y monstruoso dios Tifón que siempre amenazó con destruir el Olimpo. Hoy vemos cómo los supuestos dioses van cayendo uno tras otro, aunque no bajo la acción del rayo de Zeus sino por la voluntad soberana de sus súbditos que nunca aspiraron a ser héroes, semidioses o hijos de dioses sino simplemente ciudadanos libres.
Habría que averiguar por qué razón, la toma de posesión del nuevo jefe del estado francés, François Hollande ha estado presidida por una monumental tormenta. Me pregunto: si el rayo es el atributo más conocido de Zeus y Hollande ha sobrevivido a la ráfaga que alcanzó su avión, ¿será el objeto de su ira o, por el contrario, será un protegido de Zeus? Conociendo a su antecesor, el egocéntrico Sarkozy, es probable que él mismo se hubiera creído el mismo dios, pero Hollande es un hombre tranquilo y se ha presentado en Berlín para intentar diseñar una nueva Europa. Es bueno reconocerle el mérito de aclarar que el eje franco-alemán es decisivo pero que no puede ser el que decida por toda Europa. Es una forma de manifestarse contra la alergia a la democracia que están demostrando los burócratas europeos y que se añade a sus reiteradas equivocaciones en las previsiones, su falta de decisión y reconocimiento del verdadero mal que nos aqueja y, por si fuera poco la continua práctica de hablar a destiempo. Sirven de ejemplo las últimas declaraciones del comisario Olli Rehn poniendo en duda las previsiones de cumplimiento del déficit español que han echado más leña al fuego de nuestra achicharrada deuda soberana. En fin, señores, que a mí estos líderes europeos me transmiten menos credibilidad y solvencia que el horóscopo diario que publican los periódicos y que escribe el último becario llegado a la redacción.
Ojalá sea posible construir una nueva Europa, pero para que todo el frágil proyecto europeo no se vaya a pique, hay que superar la crisis griega y no hay que olvidar que Grecia está encerrada, como el Minotauro, en un laberinto sin salida aparente. Las elecciones no auparon a un hombre tranquilo a la presidencia griega sino que la imposición, no democrática, de un presidente-tecnócrata que contaba con el visto bueno de la Unión Europea, ha agitado las aguas de la desesperación en las que cada día nadan los griegos. La falta de horizontes ha lanzado a muchos en brazos de la ultraderecha y ha terminado por ser un país ingobernable. Cuanto más se dice por los líderes europeos que se va a hacer todo lo posible para que Grecia no salga del euro más cerca veo a los griegos de la puerta de salida. Los griegos van a volver a votar el próximo 16 de junio pero, sinceramente, su soberanía está más en cuestión que la nuestra. Miro al cielo con miedo de ver a Zeus desplegando su arma repleta de rayos y centellas. Si lo ven, pónganse a cubierto.