A la sombra de las calenturas veraniegas parece que el gobierno ha encontrado un supuesto remedio para paliar los múltiples males que aquejan a nuestra querida España. Igual que don Quijote instruyó a Sancho sobre las propiedades curativas del bálsamo de Fierabrás, convencido como estaba de que sólo con dos tragos del milagroso remedio quedaría sano como una manzana, el gobierno alberga esperanzas de que el mágico invento reanime al paciente. Llevan todo el verano cocinando la pócima y en breve nacerá entre nosotros el “banco malo”, lo que hace suponer que el resto de los bancos existentes son todos buenos, tan virtuosos como permite la astucia del que por vocación sólo vive de los beneficios y ganancias de su contabilidad creativa más allá de lo que permite la regulación o la desregulación legal de sus transacciones.
Según han tenido a bien explicarnos a los ciudadanitos de a pie, el “banco malo” acogerá en su seno los activos tóxicos de las entidades financieras intervenidas como consecuencia de su deplorable gestión o de aquellas otras que precisen ayuda del fondo de rescate europeo. Pues bien, la primera vez que escuché la existencia de activos tóxicos en los bancos, se hablaba de ellos como si unos malvados delincuentes sin escrúpulos hubieran depositado, algo así, como bombas de gas letal en sus cajas fuertes para destruir las entidades financieras que bondadosamente daban créditos para comprar pisos y amueblarlos a todo el que entraba por la puerta, sin más garantías que el propio inmueble (hipervalorado) y la confianza de que el crecimiento económico era tan infinito como la estupidez. Lo que sobrevino a tantas alegrías por el buen estado aparente de sus balances contables, festejados por los Consejos de Administración con sueldazos de infarto, ya lo sabemos: ¡ploff! La burbuja inmobiliaria explotó y el pus, como en la película de Torrente, nos salpicó a todos y expulsó a un nutrido número de españoles bien al paro o bien a la miseria que se encarga de paliar el comedor de Cáritas y sus encomiables voluntarios.
En fin, que pronto comprendimos que los activos tóxicos significan ni más ni menos que si en la contabilidad del Banco XXX, anotamos el valor real de esos bienes envenenados por la avaricia, la cuenta de resultados es negativa y si dibujamos un gráfico, la línea se sitúa por debajo de cero hasta tocar el subsuelo. Para ilustrarnos, el ministro de Guindos nos ha mostrado un ejemplo práctico, se ha comprado un ático en la Moraleja madrileña por un tercio del precio de venta anterior. Esa es la realidad del mercado y para no reconocer el agujero negro de sus balances se han inventado el “banco malo”, cuya única finalidad consiste en liberar a estos listillos de los bancos “buenos” de su cartera de pisos invendibles al sobreprecio que los tienen tasados y de las inmensas cantidades de metros cuadrados de suelo, que parecía urbano pero no lo era, y que valen un pimiento. De este modo si se los quitan de encima no tienen que volver a anotarlos en la contabilidad a su valor real, porque donde ellos ponen 100 (por ejemplo), debieran poner sólo 30, es decir, que en el balance deben escribir en negativo: -70 y pisito a pisito, el banco queda en descubierto como cuando a uno que tenía trabajo y lo pierde le queda la cuenta en rojo sin posibilidad de cubrirlo ni en el corto ni en el medio plazo. La única diferencia es que a los bancos mal gestionados en vez de liquidarlos, los salvamos con este bálsamo de Fierabrás y para justificar su creación nos meten de nuevo el miedo en el cuerpo, amenazan que de no hacerlo lo que peligran son los ahorros de los impositores. Auguran ahora incluso beneficios en el nuevo banco, teniendo en cuenta que experimentan con nuestra paciencia, confiemos en que el veneno no sea letal y de nuevo sólo socialicen las pérdidas cargándolas a nuestras espaldas.