A quienes les gusta etiquetar las épocas comienzan a denominar la etapa histórica que comienza con la quiebra de Lehman Brothers, el 15 de septiembre de 2008, como la Gran Recesión. Ya sabemos que se refieren sobre todo a la crisis económica pero lo cierto es que vivimos una etapa en la que el mayor déficit no lo computan los presupuestos generales del Estado sino la evidente ausencia de principios morales en la que nadamos. Dice la calle que en España, “no hay pan para tanto chorizo” y yo creo que esta afirmación se ha quedado corta porque por robarnos podemos afirmar que se han adueñado hasta de nuestra alegría. Hoy en pueblos y ciudades se detecta un porcentaje tan elevado de tristeza ambiental que los telediarios debieran dar diariamente el índice de desánimo en el parte meteorológico. Junto a esta tristeza general el único grupo social que desgraciadamente crece en España, además del de parados, es el porcentaje de españoles que ya no creen en nada ni en nadie. Engañados por políticos, intereses mediáticos y grupos de presión, es decir vapuleados por unos y por otros, podemos indicar que ha nacido una nueva clase de ciudadano medio: el españolito descreído. Ya saben ustedes que creer es cuestión de fe, pero también de confianza porque ésta nos aporta seguridad, pues bien, como ya no queda ni un miligramo de confianza ni tampoco un mínimo de seguridad podemos decir que estamos en una etapa de descreimiento general.
Pondremos un ejemplo, el gobierno el pasado jueves en un Consejo de ministros extraordinario acordó dos cosas: aprobar el proyecto de Presupuestos Generales del Estado y un Real Decreto condecorando a la Virgen del Pilar. Parece que ahora, además de digna patrona de la Guardia Civil, le asignan la custodia de las cuentas públicas a la espera de un improbable milagro que multiplique los panes y los peces o lo que es lo mismo, consiga que se cumpla lo que es, a priori, imposible: que en plena recesión se cumpla la increíble previsión de ingresos de este gobierno. Al parecer, sólo la intercesión de la Pilarica puede conseguir que no bajen las pensiones, ni las prestaciones por desempleo, ni se recorten más las becas o los salarios de los empleados públicos. En fin, que la Virgen del Pilar estará pensando si es conveniente acudir a recoger la condecoración o disculparse por tener otros asuntos de que ocuparse. No crean que es un chiste, que no. Que le han otorgado la Gran Cruz de la Orden del Mérito de la Guardia Civil y ni ella misma sale del asombro.
A esta cadena de despropósitos hay que sumar la aventura emprendida por otro presidente, el de la Generalitat de Cataluña que, para esconder otras vergüenzas, ha iniciado una deriva soberanista y se ha envuelto a sí mismo con la bandera catalana dispuesto a inmolarse a lo bonzo o a triunfar en tan interesante espectáculo secesionista. Artur Mas no ha pronunciado la palabra independencia pero deja que otros la expresen en su nombre y mientras él esgrime la carta de la exitosa manifestación de hace unos días en Barcelona. Yo sinceramente no creo que haya que alarmarse en exceso ni rasgarse las vestiduras. No hagamos dramas antes de tiempo, no caigamos en la trampa, ni tensemos la cuerda de alimentar odios entre territorios hermanos. El tiempo, que todo lo pone en su sitio, nos descubrirá si se trata de un órdago o si el sentido práctico de los catalanes les hace valorar más lo que tienen al poner en la balanza lo que pueden perder. Puesto que yo no me creo nada, de nada, prefiero entretenerme pensando si podrá el Barça seguir pagando la ficha de Messi si en vez de jugar contra el Madrid la Liga y la Copa, juega contra el Mollerusa o con el Club Deportivo Palamós.
Mientras tanto, propongo crear el Club de los Ciudadanos Descreídos que pese a tanto desatino creen que España tiene futuro.