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Entre visillos

Entre la mula y el buey

Va a resultar que lo único que permanece inalterable en este mundo en constante reinvención es la coca-cola. Ya saben ustedes que los tomates no saben a tomate como antaño, ni los melocotones a melocotón ni la leche hace brotar las natas para ponerlas luego con azúcar sobre una rebanada de pan. ¡Ah el pan!, ya saben que el pan blanco, tan buscado y añorado en la dura posguerra, traficado a precio de oro en aquel mercado negro que llamaban el estraperlo, ha sido sustituido por las bondades del antes repudiado pan negro, que sólo comían los pobres de solemnidad, mientras que hoy su ingesta es bendecida por dietistas y posmodernos. En esa sutil contradicción en que siempre nos movemos mirábamos lo bueno del pasado para protegerlo de la destrucción del presente y por eso ahí estaba, año tras año, nuestro portal de belén que habíamos conservado con cariño de padres a hijos. Cada Navidad, nuestro portalito de Belén cobijaba a María a San José y al niño Jesús y a su lado la mula y el buey, algo que tanta ilusión nos hacía de niños. Se ponía un poco de paja en el portal y el musgo, cogido un domingo en el monte, alrededor e incluso encima del portal y todos los años discutíamos si la mula se ponía a la derecha y el buey a la izquierda del niño o al revés, no fuera a ser que al trastocar el orden natural de las cosas nos cayera una desgracia encima a toda la familia y los reyes magos no encontraran nuestra casa y adiós al único regalo que recibíamos en todo el año. Por último y, no menos importante, después de haber recortado con sumo cuidado una estrella dorada con su larga cola se pegaban con “pegamento Imedio” una infinidad de partículas de polvo brillante que lanzaban destellos cuando se colocaban las luces, ese era el señuelo de los Reyes de Oriente que a nuestros ojos eran magos de verdad.

Pues nada ahora resulta que el papa-teólogo Benedicto XVI acaba de aclarar que de todo este asunto lo único cierto es que la Virgen era virgen y que el buey y la mula no estaban en el portal y que la estrella que guiaba a sus majestades, Melchor, Gaspar y Baltasar era una supernova, una especie de destrucción de estrellas que no sabemos si ello supone una bendición o una maldición. Lo de si la Virgen era virgen o no lo era antes o después de nacer el niño, es algo que siempre me resultó complejo de entender pero que dejo a gusto de los creyentes y de la inmensa paciencia del bendito San José, su marido, un hombre ciertamente maltratado por la historia. Si de pequeña me resultaba incomprensible de mayor todavía me lo pareció más, pero doctores tiene la Santa Madre Iglesia. De todo esto, ya en mi tierna juventud lo que me parecía más creíble era que la mula y el buey dieran calor al niño Jesús, un bebé encantador al que había que cuidar amorosamente como hoy hay que hacer con todos los niños, sobre todo en Palestina donde hay que procurar que no les caiga una bomba israelí en el lugar donde se cobijan. Lo de la estrella me fascinaba, pero hoy de mayor ya me he dado cuenta de que en realidad, lo que atraía a los reyes o a los príncipes consortes no era encontrar a Jesús sino simplemente el brillo del tesoro y la forma de acceder a ser dueños de un botín inmenso sin currar como el resto de los mortales a los que nos aturden y deslumbran diciéndonos que son príncipes y que por ello están por encima de nuestras miserables vidas. Así, mientras se nos cae la baba contemplando sus audacias, ellos llenan el morral y ya veremos si hay juez, divino o terrenal, que dicte la sentencia que se merecen.

En fin, cuanto lamento que Miliki se haya ido sin conocer la verdad de tan importante misterio. Nos hemos quedado huérfanos de payasos maravillosos, él se ha ido y nos ha dejado solos rodeados de payasos de pacotilla y encima se nos han llevado la mula y el buey y no creo que este año una nueva supernova ilumine nuestras vidas.

María Antonia San Felipe

Sobre el autor

Funcionaria. Aficionada a la escritura que en otra vida fue política. "Entre visillos" es un homenaje a Carmen Martín Gaite con esa novela ganó el Premio Nadal en 1957, el año en que yo nací.


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