Mientras el pestilente líquido de la ciénaga nos va llegando a la altura de la nariz y constatamos con angustia los zarpazos que la crisis económica está asestando al empleo y a los derechos básicos, observamos asombrados el lamentable espectáculo de un gobierno que va a caer víctima de su inmensa soberbia. En estos momentos toda la tropa de asesores del presidente del gobierno se encuentra atrincherada en el Palacio de la Moncloa construyendo parapetos y afilando espadas y comunicados que nadie escucha porque resbalan en los oídos de ciudadanos indignados tras meses de resignación y paciencia. Están tan afanados en frenar la supuesta conspiración contra Mariano Rajoy que no se han percatado de que el caballo de Troya, el que va a acabar con ellos, se encuentra dentro de su propia casa, porque son ellos mismos los que lo han construido. No tengo dudas de que más pronto que tarde el castillo de naipes edificado sobre la avaricia, la impunidad y el desprecio a la legalidad, de la que debieran ser garantes, puede desplomarse de golpe ante sus ojos.
Ante todo este deplorable espectáculo que estamos viviendo cabe preguntarse algo tan sencillo como: ¿quién piensa en España?, ¿quién se preocupa de sacar adelante un país cada día más empobrecido y desvertebrado como el nuestro? ¿Vamos a ser capaces de regenerar nuestro tejido industrial para producir empleos?, ¿vamos a conseguir diversificar nuestra economía o nos vamos a ir todos de camareros a las playas en verano porque no hay otros yacimientos de empleo? ¿Va a meter mano alguien a tanto mangante como ha producido este país en los años de bonanza? ¿Vamos a ser capaces de aislar socialmente a los corruptos como si fueran terroristas del bien público?
No es de extrañar que cada vez haya más gente que piense que estamos al final de un ciclo no sólo económico sino político y yo espero que también social, la mejor forma de regenerarnos a nosotros mismos. Tengo la impresión de que cada vez son más los que piensan que ¡hasta aquí hemos llegado! y ya no están dispuestos a tolerar y a consentir que las cosas sigan como hasta ahora. Puede nacer por tanto de la propia exigencia de la sociedad civil un nuevo modo de hacer las cosas en España.
El último sondeo del CIS confirma la tendencia del cambio de mentalidad que se está produciendo. Además de evidenciar el enorme desgaste de los dos partidos mayoritarios hasta ahora en España hay otro hecho relevante, el grupo que más crece es el de la abstención, que es hoy por hoy una forma de protesta silenciosa pero no por ello menos alarmante para quienes creen que todo puede seguir igual. Quienes piensen que este persistente cabreo ciudadano se puede terminar si llega la bonanza económica es que no entiende lo que está pasando en este país. El gobierno está ahogado en la crisis económica y moral de la corrupción, el PSOE no encuentra el camino que le lleve a recuperar la credibilidad perdida como fruto también de sus propios errores, Convergencia y Unió se encuentra envuelta en la bandera catalana y en su propia corrupción y el resto de partidos no levantan pasiones mayoritarias.
Pese a todo, en la grave y escandalosa crisis política que vivimos solo intuyo un camino de salida que se basa en reinventar y mejorar nuestro sistema democrático poniendo coto a tanto desmán, mejorando controles y sobre todo cumpliendo la mayoría de las leyes, que no sólo se infringen sino que se burlan con descaro y desparpajo por quienes están obligados a dar ejemplo. Si esto es la selva yo creo que deben exigirse sacrificios y sería aconsejable que quienes nos han conducido hasta este desastre, sean del gobierno o de los partidos de la oposición, se hagan el harakiri en público y con la generosidad de los estadistas, que ellos dicen ser, se vayan a casa y abran las puertas para que venga el relevo.