Dicen que un sabio puede sentarse sobre un hormiguero pero solo el necio permanece en él. Pues todo indica que las más altas instancias europeas llevan sentadas sobre el hormiguero de la desidia burocrática largos años. Cuando menos se espera salta la liebre que pone en jaque a toda Europa y ya no hay problema, por pequeño que parezca a priori, que no ponga de los nervios a los millones de ciudadanos, cada vez más escépticos y desilusionados, que integran la Unión Europea. El plan de rescate a Chipre ha encendido de nuevo todas las alarmas. La propuesta de confiscación de una parte de los ahorros depositados en los bancos chipriotas ha supuesto una convulsión en la mentalidad de los europeos, en su concepto de seguridad jurídica y en la hasta hoy “sagrada” garantía de los depósitos bancarios y al mismo tiempo nos ha mostrado lo vulnerables que somos y el mar de incertidumbres en que nadamos.
Este es el cuarto rescate que se produce en Europa desde que comenzó el saqueo que llaman crisis: Irlanda, Grecia, Portugal, la ayuda a la banca española y ahora Chipre. Todas las intervenciones han estado presididas por la improvisación y por la ausencia de sentido común a la vista de la carencia de resultados. No parece que en el caso chipriota se haya tenido en cuenta lo que podía suponer en el resto de los países de la Unión Europea la vulneración de las normas sobre las garantías de seguridad de los depósitos bancarios. Se toman decisiones de última hora, no suficientemente meditadas, que se modifican ante la alarma mediática y de las que nadie se responsabiliza porque ahora ni Alemania, ni la troika, ni nadie asumen la autoría de tan genial idea.
En Europa como en España la casta dirigente hace algún tiempo que tiene un rendimiento laboral no sólo muy por debajo de su alta responsabilidad sino a años luz de las promesas que nos hicieron. Además del elevado grado de incompetencia hay que añadir otro mal estructural: se aprueban leyes, directivas, órdenes, recomendaciones y todo tipo de normas pero, o no se vigila el cumplimiento, o ante reiterados y flagrantes incumplimientos se modifican o se hace la vista gorda hasta que explota la bomba cuya espoleta ellos mismos han fabricado. Varios ejemplos ilustran esta teoría. El primer error de los gobiernos fue complacerse en la teoría de que cómo el mercado se regulaba a sí mismo, era recomendable ir flexibilizando la normativa hasta que comprobaron que se habían apoderado hasta de nuestras almas la crisis financiera, los fondos buitre y los activos contaminados que brillaban como oro pero que eran basura. Ahora somos esclavos de los rescates bancarios y servimos a nuestros dueños como Fausto complacía al Diablo para prolongar su vida. En Grecia durante años se falsificaron las cuentas que se enviaban a Europa, igual que en España las Comunidades Autónomas ocultan facturas en los cajones para encubrir el déficit real de las suyas, pero nadie lo sabe. En Chipre, hemos descubierto de pronto que allí los bancos atraían con rentabilidades exageradas y con impuestos societarios por debajo de la media europea a inversores extranjeros que depositaban su dinero sin que nadie preguntara la licitud de su origen. Pero nuestros dirigentes lo sabían, claro que conocían que Chipre jugaba a convertirse en paraíso fiscal, pero la burocracia europea, tan ineficaz como bien pagada, no hizo nada para aplicar la normativa comunitaria antes de llegar al borde del precipicio.
Es decir, que en España como en Europa, se legisla con mano firme pero no se inspecciona su cumplimiento. En resumen lo que se practica es hacer la vista gorda y seguramente alguien rentabiliza para su bolsillo particular hacer como que no ve. No es de extrañar que los ciudadanos estén hasta las narices, porque observan atónitos que las únicas leyes que se cumplen a rajatabla son las que crujen sus riñones y las únicas responsabilidades que se asumen son las que corresponden a los curritos que sostienen el sistema actual. No es extraño que cada vez más ciudadanos crean que debiera ser tan fácil despedir a gobernantes ineptos como a trabajadores de a pie.