Los reyes en el siglo XXI, en su afán de acercarse al pueblo, parece que han decidido ensayar viejos oficios y algunos, como Guillermo Alejandro de Holanda, se ha convertido, temporalmente, en sepulturero.
Puede ser que el gobierno holandés, por cuya boca habla el monarca, piense como el poeta León Felipe: No sabiendo los oficios los haremos con respeto/Para enterrar a los muertos/ como debemos/ cualquiera sirve, cualquiera… menos un sepulturero. Siguiendo el sentir de estos versos, el gobierno de coalición de socialdemócratas y liberales ha debido pensar que nadie mejor ni de más alcurnia que el propio rey de Holanda para extender el certificado de defunción del Estado de Bienestar, aprovechando la solemne sesión de apertura del año parlamentario. Vestido de gala y rodeado de oropeles su majestad ha tenido a bien anunciar la sustitución del “clásico estado de bienestar de la segunda mitad del siglo XX por una sociedad participativa”. Según el discurso del rey, este sistema ha concluido porque “ha producido sistemas que en su forma actual, ni son sostenibles, ni están adaptados a las expectativas de los ciudadanos”. A continuación ha tenido a bien comunicar al pueblo holandés que tenga paciencia, que las cosas no van bien pero tampoco mal ya que hay “reformas que requieren tiempo”. Igual que a nosotros el gobierno español, el rey ha pedido a los suyos, paciencia y valor porque el país debe ser “un pueblo fuerte y consciente, capaz de adaptar los cambios a su vida”.
Si esto piensan el rey y el gobierno en Holanda, cuyo gran temor es que el paro se incremente al 7,5% de su población activa, que dejan para nosotros que triplicamos sobradamente tan trágica cifra. Acaba de iniciarse el curso con 20.000 profesores menos en la enseñanza pública, con un recorte brutal de becas y sin dinero para investigación. Los hospitales están con las listas de espera colapsadas, las ayudas a las personas dependientes suprimidas o rebajadas, enfermos crónicos que no pueden pagar las medicinas y próximamente las pensiones recortadas. Por si fuera poco, Intermón Oxfam acaba de hacer público un estudio realizado en toda Europa según el cual, de persistir en estas políticas, dentro de doce años España aportará uno de cada tres nuevos pobres del continente. Otro éxito como el olímpico.
Parece ser que ese estado participativo, que propugnan el rey holandés y su gobierno, consiste en que los parados y los excluidos se reúnan en las plazas públicas para contarse las penas, reconfortarse mutuamente y repartirse a turnos el escaso trabajo existente y mal pagado, como hace un siglo. Mientras, en los salones de la corte serán recibidos con honores las élites sociales que incrementan sus beneficios y su preeminencia social. Porque ese es el resultado y, quizás, el fin de esta crisis. Los datos del informe anual «Riqueza en el Mundo de 2013», elaborado por RBC Wealth Management y Capgemini, concluyen que en España los más ricos aumentaron en 2012, un 5,4%, al sumar 144.600 ciudadanos y que a nivel global, la riqueza de los individuos con grandes patrimonios aumentó un 10% en 2012. Es decir, que con las recetas actuales de los gobiernos europeos, que no se diferencian ni el canto de un duro unos de otros, lo que realmente crece no es la economía sino la desigualdad social.
El problema no es que el estado del bienestar no sea sostenible sino que nos están haciendo creer que no lo es y como si fuera una fatalidad del destino lo estamos aceptando y consintiendo. Este invento del estado participativo no puede ser una imposición de las élites económicas sino el construido por una sociedad organizada y valiente que ponga freno a este desastre, impidiendo que se desmonte ante sus ojos lo que se obtuvo con sangre, sudor y lágrimas. Yo tengo clara una cosa, no tengo ganas de asistir a este funeral aunque me invite un Rey.