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Entre visillos

Mirar sin querer ver

         

           “Europa no puede mirar para otro lado”, es una frase tan embustera y hueca como la mayoría de las declaraciones vacías y grandilocuentes que nacen del corazón de piedra de la Unión Europea, por eso la ha pronunciado su presidente José Manuel Durao Barroso, tras ser abucheado en Lampedusa después de la tragedia en la que más de 250 cadáveres nos han puesto ante el espejo de nuestra propia vergüenza. Esa misma palabra, Vergogna!, ha gritado el Papa y muchos vecinos de Lampedusa al recibir a las autoridades que se han acercado a la isla empujados por un escándalo que nos ha recordado la miseria moral en la que vivimos.

            Mientras se contaban los cadáveres y se prometía la nacionalidad italiana y un funeral de estado a los muertos, la fiscalía de Agrigento (Sicilia) acusaba a los supervivientes rescatados de un delito de inmigración clandestina, que puede ser castigado con una multa de hasta 5.000 euros y la expulsión del país en aplicación de una ley aprobada por el gobierno de Berlusconi y mantenida por los siguientes. Resulta indecente que los muertos, que ya nada necesitan, sean enterrados como ciudadanos de la República italiana con un funeral hipócrita presidido por presidentes, ministros y altos cargos políticos, mientras que los que han sobrevivido y que probablemente preferirían, en estas circunstancias, estar tan muertos como sus infortunados compatriotas, puedan ser expulsados y castigados como escoria humana. Asimismo los que les auxiliaron, mientras otros pasaban de largo, por la misma ley pueden también ser detenidos y juzgados. En otros tiempos hubieran sido aplaudidos como héroes pero hoy está más valorado y se consigue ser más influyente en los círculos políticos si uno  es un sinvergüenza que cobra comisiones bajo manga, estafa a ahorradores o derrocha los dineros públicos. En la actualidad las políticas económicas y fiscales protegen más a los causantes de esta crisis que a las víctimas de sus manejos. Nunca como ahora, se ha sido tan complaciente con los fuertes y tan tirano con los débiles, nunca se protegió tanto al estafador y se insultó tanto al estafado.

            Además, diga lo que diga Durao Barroso, mirar para otro lado sin querer ver la realidad es lo que se ha hecho con la inmigración durante años y lo peor es que se actúa con el aplauso y la aquiescencia de una mayoría, cada vez más creciente, de ciudadanos. La crisis está agudizando dos fenómenos totalmente contrapuestos, por un lado hay mareas de gente solidaria con los que lo están pasando mal y por otro, el germen de la insolidaridad se incrementa ante la escalada del desempleo, de la desigualdad y la disminución de las coberturas sociales. Si en Francia se expulsa a los gitanos con el apoyo mayoritario de los franceses, en España se legisla para multar a los mendigos (ya me dirán como van a cobrarse las multas), se prohíbe a los músicos tocar en las calles para ganarse la vida y otras ocurrencias para contentar a franjas ideológicas extremas. Por el contrario, no se anuncia ninguna ley para regular mercados, gravar la especulación, pedir solidaridad impositiva a las grandes fortunas o castigar a quienes se forran quebrando bancos que luego se rescatan con nuestros impuestos. Estos últimos, en vez de cárcel, tienen premio y por eso los incluyen en los consejos de administración de grandes empresas. Parece ser que la mano dura con los débiles y con los desprotegidos es la nueva ideología que recorre Europa estos días. Sirva de ejemplo que en Francia la ultraderecha va a la cabeza en los sondeos electorales y que en España hay multitud de actitudes fascistas que gozan del aplauso de muchos. Estamos en una espiral peligrosa, como en los años treinta del pasado siglo. No debiéramos consentir un retroceso tan dramático a la noche de los tiempos. Yo no quiero ser cómplice y confío en que usted tampoco.

 

María Antonia San Felipe

Sobre el autor

Funcionaria. Aficionada a la escritura que en otra vida fue política. "Entre visillos" es un homenaje a Carmen Martín Gaite con esa novela ganó el Premio Nadal en 1957, el año en que yo nací.


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