Según cuentan sus paladines, en la casa del rey de España este año se ha vivido como un martirio la instrucción del caso Nóos que afecta a la infanta Cristina y a su yerno Iñaki Urdangarín. Es de suponer que Rafael Spottorno, diplomático de profesión y bregado en mil batallas, haya advertido a don Juan Carlos I que ahora su reinado, si no cambian mucho las cosas, inicia su camino hacia el monte Calvario donde no sabemos cuántas cruces serán clavadas en su día. Puede que haya tres crucificados, como en la Biblia, o pudiera ser que directamente sea inmolada la institución monárquica. Pero no nos engañemos, el desenlace final depende más del Rey que de sus súbditos.
Aunque nació en la noche de reyes, en su 76 cumpleaños no parece que los Magos le hayan renovado su buena estrella. Todo indica que en el palacio de la Zarzuela dejaron un saco repleto de carbón. Es lo que pasa cuando uno se porta mal y no cumple las expectativas que de él se esperan. Ya nos lo decían cuando éramos pequeños. El regalo de los magos de Oriente al rey de España ha sido múltiple y variado. Le han regalado una encuesta que evidencia el punto más bajo de credibilidad de la monarquía desde su restauración en 1975. En la celebración de la Pascua Militar, el rey de España hizo un discurso, cuyo contenido nadie puede recordar porque todo el mundo estaba más pendiente de si podría concluir la lectura de las frases que le habían escrito para la ocasión. Podemos decir que don Juan Carlos se mostró a los ojos de los españoles con tanto grado de vulnerabilidad como la institución que representa.
El último regalo, se lo sirvió en bandeja el juez Castro, instructor del caso Nóos, imputando a su hija Cristina Federica de Borbón y Grecia, aunque en realidad el auto de 227 páginas es un obsequio envenenado de la Fiscalía y de la Audiencia Provincial de Palma que, en su afán de proteger el linaje real, han obligado al magistrado a fundamentar con tal detalle el auto que, en vez de una imputación para citarle simplemente a declarar, casi parece la antesala de una condena. Es el riesgo que entraña utilizar los resortes del poder para intentar vulnerar el sacrosanto principio de igualdad ante la ley. Está claro que muchas veces es peor el remedio que la enfermedad y en este caso podemos decir que si no se hubiera tratado de desprestigiar al magistrado y a los inspectores de la Agencia Tributaria, con la complicidad del ministro Montoro, para evitar simplemente que la infanta Cristina declarase ante el juez es posible que a estas alturas el caso se hubiera desinflado. Sin embargo, los errores cometidos hacen que la mayoría de los españoles crean que se está tratando de evitar que se conozca la verdad para evitar las consecuencias, civiles o penales, si las hubiere del mangoneo de los duques de Palma con un montón de administraciones públicas que dilapidaban nuestros impuestos para que los infantes vivieran del cuento pero a papo de rey.
Ya lo he escrito en otra ocasión pero hoy me reafirmo. Nadie ha convertido tantos españoles a la causa republicana como este infante consorte y su aspiración de tener un trabajo muy bien remunerado sólo por ser vos quien sois. Pero los responsables últimos, los que consintieron sus delirios de grandeza, los que pagaron humo a precio de oro, siguen en sus cargos como Rita Barberá o el propio Gallardón o a la espera, como Matas y Camps, de un trato de favor. Con el debido respeto, majestad, la pelota está en su tejado. El futuro de la institución monárquica está hoy en manos de su clarividencia o de su torpeza, de usted depende que se consolide o que desaparezca, recuerde la historia. Piense que mientras usted se debate en sus reales penas, en España crecen la desigualdad y la pobreza, la corrupción apesta y todo ello fomenta la indignación y la incredulidad y eso, no lo dude, sí que es hoy un verdadero martirio para la ciudadanía.