Es conocido que la observación es una forma de aprendizaje. Si los que nos gobiernan nos miraran con atención nos comprenderían mejor, acertarían más a menudo y dejarían de llevarse sobresaltos como el de Burgos. La protesta de los vecinos de Gamonal ha supuesto de momento un éxito de la resistencia de un barrio a consentir, en silencio, que se materialice un proyecto urbanístico que no desean y tras el que consideran que hay intereses económicos no confesados para favorecer a un empresario, Méndez Pozo, ya condenado en un caso de corrupción en el que también estuvo implicado el anterior alcalde.
Hay que reconocer que durante los años de bonanza económica la clase política dirigente se acostumbró a vivir del elogio, el peloteo y el aplauso fácil. Recorrían las calles en loor de multitudes y si algún ciudadano molesto osaba discrepar, los vítores de los adeptos acallaban las protestas. Durante demasiados años la ciudadanía hemos mirado para otro lado ante múltiples desmanes, despilfarros y corrupciones, por eso muchos han terminado por creerse los dueños del territorio y del poder. Sin embargo, ahora muchos españoles se preguntan: “¿Los hemos llevado y elevado a esos cargos por cuatro años con nuestros sufragios para que hagan negocios particulares unos, matuteen otros, se den tono con las medallas y caciqueen los más? ¿Es así como representan los intereses del pueblo…?”[1].
Tomo prestadas estas palabras de nuestros antepasados que, en 1892 y en años posteriores, llenaron de motines todo el territorio nacional. Eran tiempos dramáticos de caída de la rentas, de empobrecimiento y de emigración. En Calahorra, la protesta de junio de 1892 fue de tal calibre que el ejército sofocó el motín pero no las iras de los calagurritanos. La gota que colmó el vaso fue el intento de trasladar la sede episcopal pero lo que había detrás eran el hambre y la miseria, el elevado precio del pan y el incremento del impuesto de los consumos. Suele ocurrir. De pronto, un chispazo inesperado prende la mecha de la protesta y comienza el tiempo de los motines. Entonces, al igual que hoy, el clima social estaba anunciando el fin de un ciclo y el inicio de otro, cuando los ciudadanos se sienten defraudados por el sistema político imperante el malestar comienza en los círculos cotidianos de la vida de cada uno pero, al final, la protesta gana la calle y la calle termina por cambiar las estructuras de un régimen caduco.
El primer triunfo de los vecinos de Gamonal ha sido recibido con alegría en la mayor parte de España, pese a los intentos de muchos medios de comunicación, del ministerio del Interior y de la increíble Ana Botella de criminalizar a los vecinos, mayoritariamente pacíficos. Ha ocurrido como con la huelga de la limpieza de Madrid, al final, la mayoría de la gente estaba solidarizada con los huelguistas como lo están con los vecinos de Mataró encerrados en su ambulatorio para defender a sus doctoras. Hasta ahora se han aceptado muchas extralimitaciones gubernamentales con enorme resignación, pero las cosas están llegando a un punto que si no hay una profunda reflexión por parte de la clase dirigente y un cambio de actitud de los gobernantes cualquier día la mecha incendiará este país. Hay que regenerar la política, abrir nuevas vías de participación democrática y debe gobernarse con más humildad, más cercanía y más comprensión. No se pueden fulminar de un plumazo los derechos obtenidos con tesón y esfuerzo colectivo y además hacerlo con desprecio, mentiras y prepotencia hacia el pueblo en el que radica la verdadera soberanía. No es bueno jugar con la paciencia ajena.