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Entre visillos

El tiempo lo dirá

         

          Por mucho que uno se tape los ojos para no ver, la realidad no cambia por ignorarla. Eso es lo que le pasa a la Casa Real que se resiste a aceptar que las cosas han evolucionado de forma radical en este país en los últimos años. El cambio en la percepción de la realidad política en la mayoría de los españoles es hoy una clamorosa verdad, la crisis nos ha descubierto de forma despiadada el cenagal que habitábamos en los últimos años. Copiando a Muñoz Molina, podemos decir que todo lo que era sólido se ha desmoronado ante nuestros ojos y cómo no, también la monarquía.

          Muchos, incluida yo, hemos sostenido en muchas ocasiones que la disyuntiva entre monarquía o república no era un debate prioritario ya que el juancarlismo estaba, aparentemente, bien asentado en España y otras eran nuestras preocupaciones. Las encuestas demuestran que la credibilidad y aceptación de la institución monárquica están en franco declive y, como en el caso de la desafección hacia la clase política, los verdaderos causantes del deterioro son los propios interesados en contar con el favor de su pueblo. Hoy, son precisamente los jóvenes los más alejados de la actual monarquía. Conocen la democracia y al Rey desde que nacieron, no tienen recuerdos de la dictadura ni del intento de golpe de estado de 1981 y su formación les permite comparar el mundo. Heredar la jefatura del estado, en un país democrático, es un anacronismo histórico que se aceptó en la transición para salvar otras partes del entramado constitucional, político y social que se consensuó en su momento.

          A fecha de hoy, se ha desvelado con claridad que el entorno del Rey vivía en una sensación de impunidad semejante a la de los políticos que retribuían al duque de Palma, con dinero público, por ser vos quien sois. El propio don Juan Carlos ha gozado de la protección y silencio de la prensa, de la complicidad de los dirigentes políticos de los sucesivos gobiernos de la democracia y él no ha estado siempre, por lo que hoy sabemos e intuimos, a la altura de las circunstancias. Envuelto en crisis, el pueblo soberano vive en la amarga incertidumbre del día a día, parado o en la amenaza de estarlo, con sueldo menguado para afrontar un mes infinito, con familiares a su cargo, viviendo de la pensión del abuelo o de la caridad del vecino y sin entender ni compartir lo que está pasando. Nadie cree en los cuentos de hadas y con hartazgo se exige transparencia en la gestión del dinero público e igualdad real ante la ley. Por toda esta realidad asfixiante, la vergonzante y vergonzosa declaración ante el juez Castro de la infanta Cristina, que de pronto ha olvidado el origen de su elevado tren de vida, no va a solucionar el problema ni va a acortar el calvario de la casa del Rey. La estrategia de defensa de sus abogados estará jurídicamente justificada para lograr su absolución pero la insultante amnesia de Cristina de Borbón no apacigua la sangría que ha desgastado irreversiblemente al propio Rey. Rafael Spottorno confesó que este asunto estaba siendo un martirio para la familia real. No es de extrañar porque en palacio, acostumbrados a estar bien protegidos, ni advirtieron que el edificio goteaba hacía tiempo ni que se aproximaba un imparable tsunami.

           Modestamente señalo que si algo de inteligencia queda en los estrategas de Zarzuela debieran comenzar a abrir los ojos ante la realidad que se niegan a admitir. En mi modesta opinión deben plantearse una sencilla disyuntiva, deben elegir entre salvar al Rey o a la Monarquía. Si eligen lo primero que nadie se extrañe que de la mano de Urdangarín y de su enamorada esposa la marea republicana arrase la totalidad del edificio monárquico. Si eligen lo segundo, la abdicación del Rey puede frenar el ciclón, al menos momentáneamente. Que su majestad decida en consecuencia, que la justicia juzgue a la luz de la verdad y que el pueblo se manifieste en libertad. Está claro que pronto algo va a cambiar, aunque eso el tiempo lo dirá.

 

María Antonia San Felipe

Sobre el autor

Funcionaria. Aficionada a la escritura que en otra vida fue política. "Entre visillos" es un homenaje a Carmen Martín Gaite con esa novela ganó el Premio Nadal en 1957, el año en que yo nací.


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