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Entre visillos

Morir nadando

           Nadan con fuerza sí, con toda la que tienen, llevan años almacenando la energía que proporciona la esperanza de lograr un sueño. Su anhelo es simple, un trabajo y poder vivir con dignidad, en fin, una añoranza universal del ser humano ya sea blanco o negro, africano o americano, chino o europeo. Nadan huyendo de la miseria, del hambre o de la violación reiterada de sus derechos más elementales. Hace unos días, algunos de esos anónimos inmigrantes, agotados de nadar, ya por fin conseguían ver la costa de Ceuta aunque, en ese momento, no pensaban en el futuro sino en la supervivencia. El agua estaba gélida y ellos agotados, braceaban ateridos y anidaban la angustia de no alcanzar nunca la playa. Sabemos que, al menos quince, llegaron a ella cuando ya la muerte les había arrebatado toda esperanza. A falta de pocos metros, en la imponente oscuridad del mar, comenzaron a escuchar disparos, se asustaron, no entendían qué pasaba. Hubo un momento en que el desconcierto y el miedo superaron el impulso de sus brazos, sucumbieron ante la fuerza del mar y de un material antidisturbios disparado cumpliendo órdenes de algún energúmeno que dice defender la integridad de nuestras fronteras y de España. No son invasores armados sino personas con más valentía y grandeza moral que la que han mostrado el director general de la Guardia Civil, el ministro del Interior y, con efecto retardado, como siempre, el propio presidente del gobierno Mariano Rajoy, que enmudece ante los problemas exhibiendo ese toque de cobardía que adorna todos sus silencios.

          Mientras los inmigrantes subsaharianos nadan para intentar entrar en España y en Europa, muchos españoles emigran a otros países a buscarse un futuro que aquí ya no encuentran. En realidad, inmigrantes o emigrantes, personas iguales y sueños parecidos. Hay una diferencia, afortunadamente nuestros compatriotas no tienen que ir nadando a sus destinos, sería terrible que los recibieran a pelotazos de goma como señal de bienvenida. Todo es demasiado tétrico y las explicaciones y las reiteradas mentiras que nos están dando darían risa si no estuviéramos hablando ante quince cadáveres de personas que, en vez de recibir ayuda, fueron atemorizados hasta ahogarse en presencia de una patrullera española que no hizo nada para socorrerlos. Ante una intervención de carácter humanitario no hay frontera que sirva de excusa para no intervenir y el argumento de que los disparos de balas de goma eran disuasorios es además de inhumano, una excusa de descerebrados. Unos hombres agotados de nadar, sin más ayuda que la de sus brazos ¿qué esperaban que hicieran, volverse de nuevo a nado por donde habían venido? ¿Qué levantaran los brazos en medio del mar para entregarse? Desgraciadamente no sólo se han violado las leyes sino los más elementales principios de humanidad. No es fácil el problema de la inmigración, pero hay procedimientos para repatriar a las personas que entran ilegalmente en un país sin recurrir a estos vergonzosos e incalificables métodos. Si hubieran venido con maletines llenos de dinero, aunque fuera de ilícita procedencia, habrían sido recibidos por las principales autoridades del Estado, el dinero no tiene ni color ni raza y la desvergüenza tampoco.

           Me pregunto si algún día llegaremos a saber quien dio las órdenes a la Guardia Civil para actuar de forma tan intolerable desprestigiando así la trayectoria de una institución a la que dicen defender. Está claro que aquí nadie va a pagar por esto. Por cierto, apuesto que Suiza, aunque va a limitar la entrada, incluso de ciudadanos europeos, agasaja a los políticos españoles que viajan con maletines a sus bancos. Me indigna que, aunque cada semana aparece un chorizo nuevo, aquí nunca pasa nada. Yo, como española, me muero de vergüenza ante tanta variedad de sinvergüenzas.

María Antonia San Felipe

Sobre el autor

Funcionaria. Aficionada a la escritura que en otra vida fue política. "Entre visillos" es un homenaje a Carmen Martín Gaite con esa novela ganó el Premio Nadal en 1957, el año en que yo nací.


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