El hijo de Leopoldo Panero y de Felicidad Blanc, llamado también Leopoldo como su padre hoy, 6 de marzo de 2014, a los 65 años, ha sido abrazado por la muerte aunque es muy posible que él llevara tiempo esperándola. En realidad la muerte siempre le había inspirado. Se le ha tenido siempre como un poeta maldito por su continuo deambular por los submundos, por las cloacas de la vida siempre tan próximas a la muerte. Él odiaba esa leyenda pese a que se consideraba una reencarnación de otro poeta maldito por excelencia, Charles Baudelaire. El 27 de octubre de 2001, explicaba en El País, que estaba harto de ser Leopoldo María Panero y que “todo ese rollo del malditismo vendrá de que tiene morbo que esté en un manicomio”.
Ciertamente en los manicomios pasó gran parte de su vida, aunque él creía “que la psiquiatría era una estafa”, como ya había demostrado Foucault. “Los manicomios, las cárceles y los cuarteles son lugares de privación de la vida. Los manicomios son el Estado de no-derecho, por eso para mí salir de aquí cada día es como el descendimiento de la cruz. Por la noche vuelven a clavarme”. Y-añadía Panero- “Aquí odian el pensamiento como en toda España. Por eso delirar y soñar es una defensa. Y por eso para curarte se empeñan en quitarte las fantasías”. Yo no sé qué pensareis vosotros pero yo nunca he visto tanta clarividencia.
Hace dos años, en la Feria del Libro de Madrid vi a Leopoldo María Panero en la caseta de la editorial Huerga y Fierro, presentaba su Antología Esencial, bajo el título Sobre la tumba del poema. He de confesar que hablar con él me supuso una sensación contradictoria: el poeta me imponía respeto y admiración sincera, pero el hombre me pareció que vagaba desesperadamente por un mundo que, al menos a él, le resultaba tan incomprensible como inaceptable. Sentí, que aquellos días Panero en realidad transitaba a través del dolor o al menos eso me pareció a mí.
Le dije que quería comprar su libro, su último libro que era el que se presentaba ese año y él me contestó que prefería que me llevase otro publicado en el año 2002, Prueba de vida. Autobiografía de la muerte. Yo le dije que ya lo tenía y el editor le insistió en que entoces era mejor que me comprase el otro. Pero él me explicó que a él le gustaba más y que por tanto prefería que me llevase el otro. Garabateó una especie de dedicatoria y yo me fui con los dos libros y una sonrisa embargada de un halo de tristeza.
En España no se da importancia a los poetas, ¡menudo rollo! Pero los poetas alumbran la reflexión y el pensamiento, son la cordura interior transmitida desde las entrañas y mostrada a los lectores con toda su crudeza y en toda su belleza.
Con todo mi cariño os transcribo unos textos del poeta que se ha ido.
En Last River Together, Endymion, 1980 escribió
El loco:
He vivido entre los arrabales, pareciendo/ un mono, he vivido en la alcantarilla/ transportando las heces, /he vivido dos años en el Pueblo de las Moscas/ y aprendido a nutrirme de lo que suelto./ Fui una culebra deslizándose/ por la ruina del hombre, gritando/ aforismos en pie sobre los muertos,/ atravesando mares de carne desconocida/ con mis logaritmos./
Y sólo pude pensar que de niño/ me secuestraron para una alucinante batalla/ y que mis padres me sedujeron para/ ejecutar el sacrilegio, entre ancianos y muertos./ He enseñado a moverse a las larvas/ sobre los cuerpos, y a las mujeres a oír/ cómo cantan los árboles al crepúsculo, y lloran./
Y los hombres manchaban mi cara con cieno, al hablar,/ y decían con los ojos «fuera de la vida», o bien/ «no hay nada que pueda/ ser menos todavía que tu alma», o bien «cómo te llamas» /y «qué oscuro es tu nombre». /He vivido los blancos de la vida,/ sus equivocaciones, sus olvidos, su/ torpeza incesante y recuerdo su/ misterio brutal, y el tentáculo/ suyo acariciarme el vientre y las nalgas y los pies/ frenéticos de huida. /He vivido su tentación, y he vivido el pecado/ del que nadie cabe nunca nos absuelva.
Leopoldo María Panero escribió en Prueba de vida. Autobiografía de la muerte lo siguiente:
“Tengo miedo de mí mismo, soy algo parecido a un verso de mi padre, ah terror del poema, terror del instante en que ya nada queda por escribir, y una mano sale de la tumba, señalando el camino a nadie, ah boca del poema, humedad del verso, señor de la nada y de las formas, señor tenebroso del dolor”.
