Cada vez que un dirigente de la Comisión Europea abre la boca para referirse a España, aunque haya una previa enumeración de alabanzas, ya intuimos que lo siguiente será colocarnos una diplomática “recomendación”. En realidad ya sabemos que se trata de una orden a la que, más pronto que tarde, Mariano y sus muchachos darán sumiso cumplimiento. Mientras, a los ciudadanos nos invade la sensación de que, de repente, nos han dado un golpetazo en la cabeza con un martillo pilón y nos quedamos como si nos hubiera atropellado el tren en una historieta de Mortadelo y Filemón: remostados contra el suelo y sin ver la luz al final del túnel.
Según el comisario de Asuntos Económicos, Olli Rehn, España va mejor, pero… necesita profundizar en la moderación salarial y aumentar su productividad para conseguir mejorar la competitividad. En definitiva, lo que plantea es una nueva rebajita salarial y una vuelta de tuerca más a la reforma laboral hasta que sintamos los grilletes en los huesos. Para animarnos un poco, el señor Rehn ha dado como dato positivo el descenso en un 0,04% del desempleo porque se trata -dice- de un cambio de tendencia. Cuando los éxitos en materia de empleo se miden no ya en décimas sino en centésimas, es decir, cuando seguimos estando como estábamos, no es extraño que crezca el pesimismo sobre la velocidad de la recuperación. Si a esta enclenque mejoría añadimos que todo indica que la previsión de déficit público no se va a cumplir y que tenemos al lince de Montoro ocupado en esconder bajo las alfombras del ministerio el exceso de gasto público, ya me dirán si está el patio para fiestas. Lejos de la realidad que nuestros ojos ven se encuentra el presidente del gobierno, Mariano, el héroe del Cabo de Hornos que para amplificar estos imperceptibles triunfos se ha organizado un Foro en Bilbao con lo más granado de la economía mundial para anunciar el fin de la recesión en España. Mientras, su ministra de Desempleo, doña Fátima, reza a su asesora la Virgen del Rocío mientras suenan clarines y trompetas para anunciar que hay 1.949 parados menos que el mes pasado. Un éxito demasiado exiguo para tanto festejo y muy poca sensibilidad ante el tremendo drama que vive España.
Lo único cierto es que la incredulidad se ha instalado en la ciudadanía. Según el último barómetro oficial del CIS, un 42% de los españoles considera que el año que viene la situación económica seguirá igual y un 28,6 que será peor, sin olvidar que un 87% cree que la realidad actual es mala o muy mala. No es de extrañar, pues el gobierno es desmentido cada día, señal inequívoca de que nos engaña. Una tomadura de pelo fue aquella ocurrencia de Montoro de que los salarios no bajaban sino que estaban moderando su incremento, palabras que han sido ridiculizadas por el propio Banco de España que acaba de anunciar que los salarios caen el doble de lo que dice la estadística oficial. Ahora se han inventado un nuevo contrato con tarifa plana como fórmula para combatir el paro. Ya verán como cuando leamos la letra pequeña comprobaremos que por el precio de un trabajador se van a poder contratar a dos, es decir que, como en los mercadillos, se ofertarán dos al precio de uno. Este es el futuro que se nos ofrece en España y que Europa promociona con la excusa de la competitividad. Los españoles teníamos enormes esperanzas puestas en esa federación de naciones que iba a ser la Europa de las personas y no de los mercaderes. Hoy sabemos que es la Europa de los especuladores, que se muestra débil con los fuertes y fuerte con los débiles. Mi conclusión es sencilla, no hay mal que cien años dure: saldremos adelante, pero nuestro reto pasa por replantearnos el futuro. Tenemos que decidir si vamos a tolerar resignadamente que nos arrebaten nuestros derechos y nos roben todos nuestros sueños o si, por el contrario, estamos dispuestos a luchar por ellos.