Un suceso especialmente luctuoso ha atrapado nuestra atención esta semana. El impacto en la opinión pública fue evidente. El asesinato a sangre fría de la presidenta de la Diputación de León nos dejó a todos conmocionados y llenos de preguntas. En esos momentos lo primero que uno piensa es en la víctima y en el dolor de su familia y amigos. Nada justifica un asesinato, sea quien sea la persona y sean cuales sean las motivaciones que tuvo el asesino para perpetrar la ejecución. Digamos que la sorpresa y la perplejidad fue la primera sensación y luego, lo prudente es esperar a que la policía y los jueces aclaren lo sucedido. En España las hipótesis se lanzaron, desde el principio, como cuchillos y las estupideces se refugiaron en twitter, en las redes sociales y en los bares. Esto siempre ha ocurrido, pero no nos enterábamos.
A las pocas horas fuimos conociendo que una venganza, alimentada con odio durante meses, se había materializado del peor modo posible. Es injustificable el asesinato y es inescrutable la mente del asesino. Según parece dos militantes del Partido Popular decidieron, con planificación, despecho y sangre fría liquidar a la compañera dirigente como venganza. Este es el terreno de los hechos, no el de las hipótesis.
Tras el cruel asesinato algunos twitteros han difundido frases que ofenden, pero no podemos olvidar lo que han dicho personas que se les supone cultas y que se les considera líderes de opinión. Algunos argumentos son de tan grueso calibre y de tan mala baba que resultan incalificables. Sostienen algunos que en España se vive un clima de violencia política tan intolerable que debe perseguirse. Yo creo sinceramente que en España no hay violencia, sino una paciencia y resignación ante la adversidad que me parecen infinitas. Con 6 millones de parados, con miles de despidos al día ¿cuántos han planificado el asesinato del jefe?; con largas filas ante las sedes de Cáritas, Cruz Roja y el Banco de Alimentos ¿cuánto se han incrementado los robos a punta de navaja o de pistola?; con miles de desahuciados de sus casas por no poder pagar la hipoteca, tras perder el empleo ¿cuántas agresiones conocemos en los bancos? Muy al contrario sabemos de suicidios y de aumento de los problemas de ansiedad por desesperación y amargura ante el futuro incierto. La ciudadanía, sin embargo, ha soportado que una diputada, Andrea Fabra, insulte a los parados con un sonoro: -¡Que se jodan! Hemos escuchado llamar perezosos y defraudadores a esos mismos parados. Hemos aguantado que se llame terroristas a miembros de la plataforma antidesahucios; hemos visto a ministros acusar de poco trabajadores a funcionarios, ya sean administrativos, médicos, profesores o bomberos cuando son estos mismos trabajadores públicos los que tienen que soportar, con serenidad e incluso con comprensión, el nerviosismo de ciudadanos indignados que desesperados llegan a sus mesas amargados porque no pueden pagar el tratamiento farmacológico, les han quitado una prestación para un familiar dependiente, subido los impuestos, cortado la luz o sancionado por cuestiones menores cuando otros se forran de dinero público sin que les pase nada.
La última ocurrencia del ministro del Interior anunciando que va a modificar la ley para perseguir a tuiteros desaprensivos me parece, además de un insulto, querer matar moscas a cañonazos. Yo le voy a enumerar algunas cosas que el ministro debiera investigar con más diligencia: podía perseguir a los que tienen cuentas de dinero ilegítimo en Suiza, destituir a los imputados por corrupción de las instituciones, cambiar la ley de financiación de los partidos, despedir a la legión de enchufados a dedo en ministerios, gobiernos, diputaciones y ayuntamientos… Propongo que con el ahorro contraten maestros, médicos y, al menos, un psiquiatra que por las mañanas pregunte a los miembros del gobierno: ¿a quién sirven ustedes a sus intereses o al pueblo?