Dicen que este fin de semana hay más expectación por lo que pueda pasar en Lisboa en la final de la Champions, que por el resultado de las elecciones europeas. No obstante la tensión en los cuarteles generales de los grandes partidos crece con la incertidumbre. La campaña en general había sido de perfil bajo y ausencia de grandes mítines por miedo al pinchazo. Todo anodino y plano, hasta que habló Cañete y con él llego el escándalo. Resumiré diciendo que él solito se precipitó de bruces contra el suelo al pisar la cáscara del plátano que antes se había comido. Un resbalón en toda regla que ha demostrado dos cosas: primero que el machismo sigue vivo y que la autocrítica es algo imposible de practicar por esta casta política que lleva subida al coche oficial más tiempo que lo que la higiene democrática aconseja.
En plena campaña también irrumpió el presidente de Uruguay, José Mújica, a través de la entrevista que le realizó Jordi Évole. A algunos les asombra que este hombre haya levantando tanta expectación y entusiasmo en las redes sociales y fundamentalmente en la izquierda. La respuesta a mí me parece sencilla. Mújica no sólo sorprende por la sencillez de su forma de vida sino porque su discurso rezuma naturalidad, su forma de expresarse en sincera y cercana, se nota que cree en lo que dice y que trata de acomodar sus palabras a sus hechos. No hay cosa más difícil que practicar lo que se predica, ni tampoco existe nada tan gratificante para la conciencia. Pero esto no abunda. Mújica no es un héroe, sino un luchador infatigable que se reconoce vulnerable porque hay resortes económicos y engranajes multinacionales que superan su control. Él lo explica y añade que con el “estado” hay que conseguir contrapesar procurando que exista un reparto equitativo que evite la creación de una “subhumanidad” abandonada y sin esperanzas. Mújica también reconoce errores y los expone y, al hacerlo, los comparte. En definitiva, sigue al pie de la letra la sugerencia de Juan de Mairena, heterónimo de Machado, cuando aconsejaba huir de los pedestales y sentenciaba, “nunca perdáis el contacto con el suelo porque sólo así tendréis una idea aproximada de vuestra estatura”. Sencillo y complicado en este mundo de apariencias y de infinitas mentiras.
Al escuchar a este hombre una entiende mejor el desafecto y la desolación que se extiende por nuestro solar patrio. Se añoran perfiles de políticos en los que poder confiar. La abstención planea sobre estas elecciones como síntoma del tipo de enfermedad que padecemos. Algunos creen que la solución consiste en no ir a votar: ¡que les den! El problema es que las bofetadas sólo las recibimos nosotros. Porque en lo que quizás algunos no han reparado, es en que con menos votos pueden conseguir prácticamente el mismo número de eurodiputados gracias al sistema electoral y que con una mínima diferencia sobre el siguiente partido van a sentirse refrendados por la ciudadanía en sus políticas. Esa es la realidad y no otra, en los cuarteles generales de los partidos creen que sólo con esa franja de votantes que consideran “fieles” pueden solventar la papeleta y salir incluso reforzados. Es decir, que algunos están rezando para que sólo voten los que consideran “suyos”, así se perpetúan, se consolidan sus pretensiones y se fortalece el sistema que muchos ciudadanos creemos que se debe reformar. Quienes luchamos por conseguir una democracia no entendemos que se renuncie a ejercer un derecho que tanto costó lograr. Cada uno hará lo que crea conveniente, la libertad individual es sagrada, pero yo miro al pasado y observo que jamás nada cambió en la historia sin pelea constante y protestas persistentes. Aunque, está claro, que cada uno es muy libre de resignarse y quedarse tumbado en el sofá