Nuestros gobernantes nos quieren, de eso no hay duda. Están tan preocupados por nuestro bienestar que se han propuesto salvarnos de nosotros mismos. Temen que percibamos que vivimos en un país empobrecido y quieren escondernos la realidad. Pretenden construir un muro de apariencias y de engaños tan elevado que nos impida ver el creciente número de compatriotas pobres que viven entre nosotros. Pero no sólo lo hacen por nuestro bien, sino también por los pobrecitos pobres y, sobre todo, para que los más pobres de entre los pobres no adquieran conciencia de que lo son y conocedores de la fuerza del grupo se organicen para montarles una revolución de ciudadanos que, aunque pobres, exijan vivir con dignidad. El empobrecimiento de las familias es general en España, aunque es cierto que hay hogares en los que llueve más que en otros, pero también hemos aprendido en esta crisis que la vulnerabilidad de las familias ya no depende sólo de que tengan o no trabajo, sino de que el salario sea suficiente para sobrevivir.
Llevan tiempo las asociaciones de profesores y padres advirtiendo del problema de malnutrición infantil en España con el notable incremento de la desigualdad y la persistencia del desempleo. Son muchos los docentes que, a través de los medios de comunicación, han contado que cada vez más niños llegan a clase sin desayunar y que la única comida en condiciones que ingieren es la que reciben en el comedor escolar. La defensora del Pueblo, Soledad Becerril, se ha sumado a la petición de que permanezcan abiertos en verano los comedores tras reconocer la situación y tras las reiteradas quejas.
Hace unos días las Hermanitas de los Pobres de Málaga, que administran una residencia de ancianos, hicieron un llamamiento a través de un mensaje de móvil pidiendo leche y papel higiénico. En minutos comenzó el desfile de voluntarios por la residencia aportando cada uno su granito de arena. Un fin de semana sí y otro también las organizaciones Cáritas, Cruz Roja y el Banco de Alimentos realizan campañas de solidaridad para recoger comida, productos de higiene, alimentos para niños y todo tipo de productos básicos. La sociedad civil se está organizando con buena voluntad y notable éxito para ayudar solidariamente. Es cierto que hay quien alega que muchos tiran la comida o que los padres despilfarran en otras cosas innecesarias, puede ser, pero es mayoría la gente que recibe la ayuda con necesidad y agradecimiento.
Es este panorama el que los ciudadanos vivimos y percibimos con desazón y amargura, al tiempo que comprobamos el escaso interés de las instituciones por poner coto a un problema tan grave y tan hiriente socialmente. Los dirigentes del PP, el gobierno de Galicia y el presidente riojano Pedro Sanz, campeón olímpico de magia potagia y efectos especiales, se han declarado contrarios a esta solución de abrir los comedores en verano porque ello supondría “dar visibilidad a la pobreza infantil” además de dejar marcados a los niños para siempre. Es decir, no quieren que nosotros veamos ni que ellos vean que hay soluciones desde el estado para protegerles y no excluirles para siempre por miedo al qué dirán, ese viejo prejuicio inoculado desde siglos para que la víctima de un sistema social injusto se sienta culpable de su propio destino.
Están tratando de ocultar la pobreza con la misma diligencia con la que encubren la corrupción. El caso es que no veamos la cruda verdad que nos rodea. Nos protegen de nosotros mismos porque la certeza de la pobreza y la inmensidad de la corrupción nos pueden producir náuseas, dolor de cabeza y aversión al sistema. No se preocupen, que ellos van a ocuparse en solucionar el problema con discreción y en silencio, casa por casa, sobre por sobre, al fin y al cabo los pobres no tienen para comer pero también votan. Por favor, ustedes sonrían y no se me amontonen en el contenedor de basura.